martes, 1 de febrero de 2011

LA CONTRIBUCIÓN DE TED GRANT AL MARXISMO


El pasado 20 de julio murió Ted Grant, uno de los grandes dirigentes de la generación que tras el asesinato de Trotsky tuvo la enorme tarea, en las condiciones nada favorables de la postguerra, de continuar su obra.

Es conocido que Ted hizo aportaciones cruciales para la compresión de la realidad de la postguerra y el desarrollo del marxismo como una herramienta viva de transformación social.

Esperamos que sus obras en castellano estén pronto disponibles para los trabajadores y jóvenes que con independencia de la corriente en que militen han tenido en Ted Grant una referencia imprescindible del marxismo genuino.

Mientras que preparamos varios materiales para honrar su memoria, publicamos el trabajo que Alan Woods, su principal colaborador, publicó hace tres años.

"LA CONTRIBUCIÓN DE TED GRANT AL MARXISMO

Este año Ted Grant celebrará su noventa cumpleaños. Durante toda su vida consciente ha defendido firmemente las ideas del marxismo. Ha mantenido un rumbo firme y nunca, en ningún momento, se ha desviado de esta batalla, ni siquiera ha dudado de la inevitabilidad de la victoria final.

Cuando era joven, en Sudáfrica, Ted se convirtió en marxista y se unió al Partido Comunista. Eran los años en que la burocracia estalinista estaba consolidando su poder en la URSS. Un grupo de militantes del Partido Comunista Sudafricano se opusieron al estalinismo y giraron hacia al trotskismo (bolchevismo-leninismo). Siguiendo el camino de otro hombre extraordinario, Ralph Lee, Ted se unió a la Oposición Internacional de Izquierdas dirigida por el gran revolucionario ruso León Trotsky. Abandonó Sudáfrica para trabajar en el movimiento revolucionario internacional y llegó a Gran Bretaña en los años treinta donde ha vivido desde entonces.

Durante su vida, Ted ha jugado muchos papeles, como ha descrito en su libro Historia del trotskismo británico. Es la personificación del hilo intacto que une a la generación actual con la rica tradición que se remonta a la Oposición de Izquierdas, al Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky y mucho antes, a Marx y Engels.

Pero Ted Grant no es sólo un símbolo. Siempre ha jugado un papel muy activo y de dirección en el movimiento, donde no sólo ha defendido las ideas del marxismo, también las ha desarrollado y enriquecido de una forma profunda y creativa. Sus escritos son un rico tesoro de ideas y arrojan luz sobre las cuestiones candentes de nuestra época.

Los escritos de Ted abarcan una enorme variedad de materias, desde el fascismo a la revolución colonial, desde la historia de la Internacional Comunista a la revolución española. La variedad de temas refleja su conocimiento casi enciclopédico de los asuntos mundiales y que ha asombrado a muchos de los que hemos tenido ocasión de discutir con él.

Ted siempre se ha considerado un discípulo fiel de Marx, Engels, Lenin y, por supuesto, de ese gran revolucionario y mártir, León Trotsky, a quien habitualmente hacía referencia como «el viejo». Siempre ha insistido en que los compañeros jóvenes deben estudiar cuidadosamente las obras de los grandes maestros del marxismo, antes de hacer un nuevo análisis de los acontecimientos actuales siempre releía las obras básicas. Sobra decir que de ninguna manera es secundario su detallado conocimiento de todos los aspectos del marxismo.

La importancia de la teoría

Esta actitud rigurosa hacia la teoría siempre ha sido una de las características más destacadas de Ted. A veces resultaba frustrante para los compañeros jóvenes presentar sus artículos a la exigente atención de Ted porque éste siempre fue un perfeccionista y no escatimaba ninguna crítica. Pero así es como él nos entrenaba en la lucha por la teoría marxista y a desarrollar una actitud implacable hacia los principios.

Fue esta actitud implacable hacia la teoría lo que permitió a Ted mantener el rumbo en el difícil período de auge capitalista que siguió a la Segunda Guerra Mundial, cuando las fuerzas del verdadero bolchevismo-leninismo se quedaron aisladas durante todo un período histórico.

Cuando Trotsky fue asesinado en 1940 por un agente estalinista, las fuerzas débiles de la IV Internacional se quedaron sin dirección. Los dirigentes de la Internacional no estaban probados y demostraron una capacidad desigual ante las tareas que les había deparado la historia. Sucumbieron a las presiones y abandonaron las ideas y métodos del Viejo. Pero Ted y sus compañeros de la dirección del PCR británico se mantuvieron firmes.

Los documentos programáticos del PCR en los años cuarenta, prácticamente todos escritos por Ted, demuestran un conocimiento profundo de la nueva situación mundial surgida después de 1945. Estos documentos han pasado la prueba del tiempo y hoy en día los marxistas los pueden leer.

Sin ninguna sombra de duda, se puede decir que de todos los seguidores de Trotsky, sólo Ted comprendió y siguió realmente el método del Viejo. Eso explica por qué la tarea de preservar las ideas, los métodos y las tradiciones del verdadero marxismo recayó sobre Ted. Si no hubiera hecho nada más, sólo esto habría sido suficiente razón para que la generación actual de marxistas le recuerde.

Sin embargo, Ted no sólo preservó las ideas y el método, también los aplicó brillantemente a los acontecimientos que se estaban desarrollando en el mundo. Mientras que otros llamados trotskistas pronosticaban una tercera guerra mundial a la vuelta de la esquina o teorizaban con la imposibilidad de una nueva crisis capitalista, Ted estaba analizando y explicando los nuevos acontecimientos.

Resulta asombroso, por ejemplo, que Ted no sólo pronosticara la victoria de Mao Zedong, también explicó que programa llevaría a cabo Mao, antes de que el propio Mao lo planteara.
Cuando Mao todavía estaba escribiendo sobre el largo período del capitalismo en China, Ted explicó que se vería obligado a nacionalizar los medios de producción y crear un estado a la imagen y semejanza de la Rusia de Stalin. Incluso más asombroso fue cuando Ted predijo que la China de Mao inevitablemente entraría en conflicto con la Rusia estalinista. Hizo esta predicción a finales de los años cuarenta en un documento titulado Respuesta a David James, cuando no había la más mínima señal de conflicto entre Moscú y Pekín.

Para que esta predicción se hiciera realidad en el conflicto chino-soviético tuvo que pasar más de una década. ¿Cómo era posible que Ted anticipara este acontecimiento incluso antes de que Mao llegara al poder? Se basó en lo que había escrito Trotsky en 1928 en las discusiones sobre el Borrador del programa de la Internacional Comunista, cuando Stalin y su (entonces) aliado Bujarin, plantearon por primera vez la teoría antileninista del socialismo en un solo país.

Trotsky, con una asombrosa capacidad de previsión, advirtió a los dirigentes del movimiento comunista internacional que si la Comintern aceptaba esta teoría equivocada, sería el principio de un proceso que inevitablemente llevaría a una degeneración nacional-reformista de todos los partidos comunistas del mundo, estuvieran o no en el poder.

En ese momento los dirigentes de los partidos comunistas ignoraron los avisos de Trotsky. Se consideraban internacionalistas revolucionarios y leninistas. Todos defendían la revolución mundial. ¿Cómo podía degenerar la Internacional Comunista en líneas nacionales-reformistas? ¡La idea simplemente resultaba ridícula!

Un error en la teoría tarde o temprano se manifestará en la práctica en un desastre. Lenin y Trotsky siempre comprendieron eso y Ted siempre ha repetido incansablemente la misma idea. Aquellos dirigentes orgullosos de los partidos comunistas que desdeñaron el buen consejo de Trotsky en 1928, pronto descubrieron que él tenía razón. Con Stalin los partidos comunistas quedaron subordinados a Moscú y tuvieron que poner en práctica la política que interesaba a su política exterior, es decir, la que interesaba a la burocracia soviética.

La degeneración nacional-reformista

Después de seguir cada uno de los giros y los cambios dictados por la burocracia moscovita, la Internacional Comunista fue disuelta por Stalin en 1943, sin convocar un congreso. La historia de la Comintern fue trazada y analizada por Ted en Ascenso y caída de la Internacional Comunista.

Después de la muerte de Stalin, los partidos comunistas de Europa occidental, gradualmente, se separaron de Moscú y cada vez se hicieron más independientes. Pero esto no significó un regreso a la antigua posición del internacionalismo leninista. Cuanto más independientes eran los partidos comunistas de Moscú, más dependientes eran de las presiones de su «propia» burguesía nacional y del reformismo. Con la máscara del eurocomunismo llegaron a una posición que prácticamente era indistinguible del reformismo socialdemócrata. En su totalidad adoptaron la posición del reformismo nacional.

Una situación peor es la que existía en aquellos países donde los estalinistas habían llegado al poder. Cada una de las burocracias nacionales, empezando por la yugoslava, afirmaron su derecho a seguir su propio «camino al socialismo». Realmente, cada una de las burocracias estaba defendiendo sus propios y estrechos intereses nacionales frente a los intereses de la burocracia de Moscú.

Un caso extremo fue el conflicto de intereses entre Moscú y Pekín. Este enfrentamiento no tenía nada que ver con diferencias políticas de principios, como imaginaban algunas personas. Simplemente estaba dictado por el conflicto de intereses de las burocracias rivales de Rusia y China. El enfrentamiento no servía a los intereses de la clase obrera de sus respectivos estados
Sin duda, Lenin habría defendido la formación de una federación socialista de la URSS y China, uniendo el inmenso potencial productivo de ambos países. Este paso sí habría servido a los intereses de los pueblos de la Unión Soviética y China. En su lugar, tuvimos el espectáculo repulsivo de los compañeros chinos y soviéticos «discutiendo» sus diferencias en el lenguaje fraternal de los cohetes y la artillería. Fue un crimen contra el internacionalismo proletario y fue el resultado directo de la teoría estalinista del socialismo en un solo país.

La teoría marxista del estado

Quizás la contribución más importante de Ted a la teoría marxista ha sido sobre la cuestión del estado y sus escritos sobre el estalinismo en Rusia, Europa del Este y China después de la Segunda Guerra Mundial. En su extraordinario libro La teoría marxista del Estado (Respuesta a Cliff), rebate de una forma comprensible la teoría revisionista del «capitalismo de estado» y demostró que era correcto el análisis de Trotsky de la URSS como un estado obrero burocráticamente deformado.

Los acontecimientos posteriores en Europa del Este, China y también las formas peculiares adoptadas por la revolución colonial debido al retraso de la revolución socialista en occidente, todo esto fue explicado por Ted en su análisis sobre el fenómeno del bonapartismo proletario.

Hoy, cuando la caída del estalinismo en la URSS ha provocado una gran perplejidad en el movimiento obrero internacional, los escritos de Ted sobre esta cuestión mantienen toda su fuerza y validez. En contraste, habría que buscar en vano en todos los periódicos y libros de los antiguos partidos comunistas del mundo un análisis marxista serio. Prefieren ignorar la cuestión o se limitan a generalizaciones vacías que no explican nada.
Deberíamos señalar que Ted Grant en 1972 realmente pronosticó el colapso del régimen estalinista en Rusia y explicó por qué era inevitable este proceso. Hasta 1965 la burocracia rusa todavía era capaz de jugar un papel relativamente progresista en el desarrollo de las fuerzas productivas bajo la economía nacionalizada y planificada de la URSS, aunque con unos costes muy elevados en términos de mala gestión burocrática, corrupción, estafas y caos.

Pero el totalitarismo burocrático, en última instancia, es incompatible con la economía nacionalizada y planificada. Finalmente, la burocracia minó y destruyó las conquistas que quedaban de la Revolución de Octubre. En su libro: Rusia, de la revolución a la contrarrevolución, Ted analiza todo el proceso desde 1917 hasta la caída de la Unión Soviética y explica exactamente lo que ocurrió.

Filosofía marxista y ciencia

El conocimiento del marxismo de Ted Grant es tremendamente amplio, desde la economía a la historia, desde la filosofía a la ciencia. Tiene una mente ágil e inquisitiva y ha puesto su atención en todo tipo de cosas que van más allá de la esfera inmediata de la política. Recuerdo que hace cuarenta años dio unas conferencias sobre el materialismo dialéctica y la ciencia donde desafió las dos teorías del universo rivales de la época: el big bang y la teoría del estado estacionario.

Posteriormente, la última teoría demostró estar equivocada. Fred Hoyle, el científico británico que primero planteó la teoría del estado estacionario, la repudió públicamente. Entonces se aceptó la teoría del big bang como «la única que se mantiene en pie», pero hay muchas dudas y preguntas sin responder. Ted sigue convencido de que esta teoría finalmente será sustituida por otra. Creo que tiene razón.

Durante muchos años Ted siguió los giros y cambios de las relaciones mundiales y dio muchas conferencias sobre la cuestión. Gracias a la rigurosa formación que recibimos de él, la tendencia marxista internacional ha podido encontrar su camino a través del intrincado laberinto de la política mundial y explicar cada nuevo cambio, desde las guerras de los Balcanes a la guerra en Afganistán, y la última aventura criminal del imperialismo estadounidense en Iraq.

Pero la obra de Ted no sólo se ocupa de la política mundial y de la teoría en general. Escribió mucho sobre las tácticas del movimiento de la clase obrera y sobre la construcción de una tendencia revolucionaria. Su comprensión de las cuestiones tácticas nunca fue una cuestión secundaria. Sólo él defendió que en la época actual el marxismo podría convertirse en una fuerza de masas a través del trabajo serio en las organizaciones de masas de la clase obrera.

La idea básica ya la explicaron hace mucho tiempo Lenin y Trotsky, incluso Marx y Engels, pero Ted explicó como se podía aplicar concretamente esta idea en el período actual. Esta cuestión permanece como un libro cerrado con siete llaves para lo que Ted llama «cincuenta y siete variedades de sectas» que, por razones que ellos sólo conocen, hablan en nombre del marxismo. Pero para ellos.

El auge de la posguerra y la lucha de clases

El período más difícil de la vida de Ted fue el largo auge capitalista que siguió a la Segunda Guerra Mundial, cuando las pequeñas fuerzas del verdadero marxismo revolucionarios quedaron reducidas a un puñado, aisladas de las masas. La razón de este aislamiento se encuentra principalmente en las condiciones objetivas: el largo auge económico en EEUU, Europa Occidental y Japón.

Existen ciertos paralelismos entre este período y el largo auge del capitalismo antes de la Primera Guerra Mundial. Condiciones similares suelen producir resultados similares. El reformismo se vio reforzado en un período en que el desempleo parecía ser algo del pasado. En el auge general, las recesiones eran tan fugaces y superficiales que apenas eran perceptibles. En estas condiciones los capitalistas pudieron hacer grandes concesiones.Todos los representantes ideológicos de la burguesía estaban convencidos de que el capitalismo había solucionado sus problemas y que las recesiones eran algo del pasado. Los dirigentes reformistas del Partido Laborista en Gran Bretaña y de la socialdemocracia europea abrazaron el keynesianismo. Los estalinistas siguieron pronto el mismo camino. Y los llamados trotskistas como Ernest Mandel y Tony Cliff se hicieron eco de las mismas ideas.

Ted Grant adoptó una posición firme frente a esta tendencia. En un ensayo breve pero magistral, escrito en 1958: ¿Habrá una recesión?, Ted responde a los argumentos de los keynesianos desde el punto de vista de la economía marxista clásica y en él afirma que el ciclo boom-recesión no ha desaparecido. En el artículo señalaba que la financiación keynesiana del déficit era intrínsicamente inflacionaria y que, inevitablemente, alcanzaría sus límites y se convertiría en su contrario.

En ese momento, casi todos rechazaron las ideas de Ted, desde los economistas burgueses pasando por los reformistas de derechas e izquierdas, hasta las sectas revisionistas que ridiculizaron su postura calificándola de «recesionismo primitivo». Los seguidores de Cliff en Gran Bretaña (ahora el SWP) decían que Gran Bretaña y EEUU habían conseguido establecer una «economía de armas permanente» donde el gasto en armamento había conseguido eliminar las recesiones, que la clase obrera se rebelaría contra el capitalismo, no debido a las crisis económicas, sino por la alienación (!).

La aceptación implícita de los argumentos de la burguesía y el reformismo llevó al cuestionamiento del papel central del proletariado en la lucha de clases. Casi todas las sectas en la práctica abandonaron a la clase obrera y al movimiento obrero en favor de «otras fuerzas» —estudiantes, campesinos, lumpemproletariado...—. Desecharon al proletariado de los países capitalistas desarrollados porque estaba «aburguesado», «americanizado» y otras cosas por el estilo.

Los acontecimientos revolucionarios de mayo de 1968 en Francia fueron algo completamente inesperado para estas damas y caballeros. Habían desechado a la clase obrera francesa y concentrado toda su atención en los estudiantes. Sólo había cuatro millones de trabajadores afiliados a los sindicatos franceses, pero diez millones de trabajadores ocuparon las fábricas en un movimiento magnífico. En realidad, el poder estaba en manos de la clase obrera. El presidente De Gaulle comprendía muy bien la situación y le dijo al embajador estadounidense: «Todo ha terminado, todo está perdido. En pocos días los comunistas estarán en el poder».

Y era perfectamente posible, pero los dirigentes del Partido Comunista Francés no tenía ningún interés en tomar el poder. Se negaron a tomar el poder y se perdió la oportunidad. Pero los acontecimientos en Francia demostraron la total equivocación de las sectas. En ese momento yo estaba en Parí y pude ver lo siguiente. La universidad de la Sorbona ocupada por estudiantes y todos los grupos de izquierda tenían mesas en el patio central.
Todas tenían periódicos mensuales editados antes del comienzo de la huelga general. Examiné las portadas de estas publicaciones y su actitud hacia la clase obrera rápidamente fue evidente. Las primeras páginas estaban llenas de artículos sobre Vietnam, Mao Zedong, Che Guevara —de todo excepto de la clase obrera francesa—. La única excepción era el periódico de Lutte Ouvriere que entonces se llamaba Voix Ouvriere.

Durante todo este período Ted insistió en la perspectiva de la revolución socialista y el papel dirigente de la clase obrera. Polemizó contra los críticos burgueses y reformistas de Marx y las ideas revisionistas de gente como Mandel y Cliff. Sus predicciones se vieron brillantemente confirmadas por la recesión de 1973-74, la huelga general revolucionaria en Francia y los movimientos revolucionarios de Portugal, España, Grecia e Italia de los años setenta.

Por último, pero no menos importante, las perspectivas de Ted para Gran Bretaña fueron confirmadas con el gran giro a la izquierda de los años setenta, con una oleada huelguística y manifestaciones de masas contra las leyes antisindicales del gobierno Heath, y con un giro profundo a la izquierda en el Partido Laborista y los sindicatos. Aquellos ultraizquierdistas que habían desechado al Partido Laborista se quedaron con la boca abierta. No habían comprendido nada y no habían sido capaces de prever nada. En pocos años, la tendencia marxista del Partido Laborista, dirigida por Ted Grant, pasó de ser un pequeño grupo a la tendencia trotskista más grande del mundo.

Esto demuestra la relación vital que existe entre teoría y práctica. Una teoría correcta permitirá un progreso serio siempre que vaya acompañada de tácticas y métodos correctos y la voluntad de triunfar. Ted poseía todas estas cualidades y una capacidad maravillosa para transmitirlo a los demás, especialmente a la juventud. Su entusiasmo y su optimismo inquebrantable siempre eran contagiosos. Nunca estuvo abatido ni siquiera en las situaciones más difíciles. Esto forma parte de su carácter alegre y fuerte, pero sólo en parte. El verdadero secreto de Ted Grant es que estaba completamente inmerso en la teoría marxista y esto le daba la fortaleza y la inspiración necesarias para superar todas las dificultades.

El marxismo y el movimiento obrero

Ted siempre ha sido una persona muy accesible. Siempre ha tenido el don de conectar inmediatamente con los trabajadores y sindicalistas, de escuchar pacientemente sus problemas y opiniones, y después darles sugerencias concretas de cómo actuar. Conoce el movimiento obrero y sindical como si fuera la palma de su mano y este conocimiento siempre le ha permitido dar consejos correctos sobre los problemas prácticos del trabajo cotidiano. Pero para Ted lo principal siempre eran las perspectivas generales. Siempre hay que tener en mente los objetivos generales del movimiento.

Jimmy Dean, un maravilloso trabajador trotskista, un veterano de nuestro movimiento, amigo íntimo de Ted hasta su muerte el año pasado, solía decir: «No puedes gritar más alto de lo que te permite la garganta; si lo intentas sólo conseguirás perder la voz». La vieja generación comprendía muy bien la necesidad de tener un sentido de la proporción y la necesidad que tenían las pequeñas fuerzas del marxismo revolucionario de establecer vínculos firmes con la clase obrera y echar raíces en el movimiento obrero.

Desafortunadamente, para algunos elementos estas ideas son un libro sellado con siete llaves. Muchos de los que se autodenominan trotskistas han cometido muchos errores por pensar que para construir un partido revolucionario es suficiente con proclamarlo. Si sólo hiciera falta eso, entonces cualquier pequeño sectario en la historia habría sido más grande que Marx, Engels, Lenin y Trotsky juntos. En realidad, la relación entre la clase, el partido y la dirección es mucho más compleja.

Durante un período histórico prolongado, la clase obrera ha construido sus organizaciones de masas. No las abandonará fácilmente. Antes de hacerlo intentarán muchas veces transformar las organizaciones tradicionales. Sólo, en última instancia, este proceso llevará a la formación de nuevos partidos de masas, que normalmente surgen de escisiones de las viejas organizaciones. Este hecho es evidente para todo aquel que se tome la molestia de estudiar la forma en que se crearon los partidos de masas de la Internacional Comunista después de 1917, a partir de escisiones de los viejos partidos socialdemócratas

Los grupos sectarios en los márgenes del movimiento obrero hacen mucho ruido, pero no tienen la más mínima concepción de cómo llegar a la clase obrera o construir un partido revolucionario de masas. Para esto se necesita un trabajo sistemático y paciente en las organizaciones de masas de la clase obrera, como Lenin explicó muy bien en El izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo y Trotsky lo repitió mil veces en sus escritos de los años treinta.

Las sectas ultraizquierdistas sólo saben repetir como papagayos esto o esa frase de Lenin y Trotsky, sacándolas de contexto y sin comprenderlas. Pero no conocen en absoluto el método dialéctico utilizado por Lenin y Trotsky. Como resultado de esto permanentemente están sentenciadas a la esterilidad. Con sus payasadas han desacreditado el nombre del trotskismo. Como dice Ted, están construyendo «partidos revolucionarios de masas en las nubles, con tres hombres y un perro».

Ted siempre ha tenido un gran sentido del humor. Tiene la capacidad de reírse de casi todo. Se ríe a carcajadas de la estupidez de Bush y Blair, de Reagan y Teacher, y la locura de las payasadas de las sectas que arman bulla en los márgenes del movimiento obrero. Desde que le conozco no recuerdo un solo momento en que estuviera deprimido o pesimista. Alguien que le conoció en los años cuarenta me dijo una vez: «Mírale: Ted Grant sería optimista aunque estuviera cayéndose por un acantilado». El comentario es un poco cruel pero confieso que es verdad. Ted siempre ha sido completamente incontenible.

Hace muchos años, cuando yo era un joven estudiante, Ted me preguntó cuales eran las cualidades más importantes que se necesitaban para ser un revolucionario. Pensé en mi mismo: ¿quizá coraje y nivel político alto? Ted sonrió y me dijo: sentido de la proporción y sentido del humor. Esta respuesta expresa en pocas palabras el carácter de Ted.

Con el paso de los años he comprendido el verdadero significado de estas palabras. Un revolucionario necesita comprender qué es posible o imposible en un momento determinado. Necesita comprender cómo se mueve la clase obrera y adaptarse a ella, sin perder en ningún momento de vista las perspectivas generales y los principios. Es necesario aprender el ritmo de la historia e intentar seguir sus pasos. Esto es un arte y no se puede aprender en los libros de texto. Implica, por un lado, un conocimiento profundo del método dialéctico y, por el otro, la experiencia necesaria que te da palpar el movimiento obrero.

Durante su larga y activa vida, Ted Grant a menudo se encontró aislado y en una situación aparentemente imposible. Por ejemplo cuando el antiguo PCR fue destruido por Healy en 1949. Ocurrió lo mismo durante los años yermos de la década de los cincuenta y principios de los sesenta. También en 1991 cuando fue destruida la tendencia Militant por una desviación ultraizquierdista de una parte de la dirección. Eso tuvo lugar en una situación objetivamente muy difícil, pero a Ted y aquellos que le seguimos no nos preocupó en absoluto. Sabíamos que con ideas, métodos y perspectivas correctas finalmente triunfaríamos. Y esto se ha podido ver en la marcha de los acontecimientos.

Fe en el futuro socialista de la humanidad

La caída de la Unión Soviética provocó la extensión del pesimismo y la desorientación del movimiento obrero. Pero Ted no sacó conclusiones pesimistas. Su fe en el futuro socialista ha seguido tan firme como siempre. Dijo que el capitalismo no ofrecería un futuro para el pueblo ruso e hizo el siguiente y extraordinario pronóstico: la caída del estalinismo sólo sería el primer acto de un drama mundial que sería seguido por un segundo acto aún más dramático: la crisis global del capitalismo.

Cuando Ted hizo esta audaz predicción hace más de una década muchos eran escépticos. En medio del auge económico de EEUU de los años noventa, cuando estaba de moda decir que el capitalismo había solucionado sus problemas y que nunca habría otra recesión (el «nuevo paradigma económico»), Ted pronosticó una nueva recesión que desembocaría en el período más convulsivo y turbulento de la historia mundial. Ahora somos nosotros los que deberíamos preguntar a los defensores del capitalismo ¿quién tenía razón y quién estaba equivocado?

Últimamente está de moda en los periódicos burgueses citar a Marx de nuevo. Se preguntan nerviosamente si el viejo Carlos después de todo no tendría razón. Nosotros respondimos a esta pregunta hace ya mucho tiempo.

En el momento actual, la autoridad moral y política de la tendencia marxista internacional fundada por Ted Grant nunca ha sido tan alta. Nuestra página web www.marxist.com ha conseguido un éxito asombroso en un corto espacio de tiempo. Con casi dos millones de visitas al mes, nos hemos convertido en un punto de referencia para muchos socialistas y comunistas, trabajadores y sindicalistas, de todo el mundo. Libros como Razón y revolución y Rusia, de la revolución a la contrarrevolución, han recibido una gran acogida y son consideradas contribuciones originales e importantes a la teoría marxista.

Ted ahora no está en activo, aunque le gustaría, por motivos de salud, pero su mente todavía está clara y alerta, y su convicción en la victoria final del socialismo no se ha obscurecido. En este aniversario queremos rendir homenaje a este gran hombre del marxismo leninismo internacional y le deseamos muchos más años de lucha exitosa por la causa más grande de la humanidad: la lucha por el socialismo mundial a la que ha contribuido durante tanto tiempo."

CRF
ADAN CHAPARRO
CI:17501640
WEB:http://www.marxismo.org/?q=node/397

Socialismo y burocracia: la revolución usurpada


"No puede haber tragedia mayor que la de una gran revolución que sucumbe al puño que tenía que defenderla de sus enemigos" Isaac Deutscher

El drama histórico sufrido por el pueblo soviético con el derrumbe de la URSS, no fue, ni pudo ser, la resultante de factores externos que, " desde fuera" y de manera ajena a las contradicciones del sistema y a los componentes subjetivos del desarrollo social, condujeron a la derrota. Aquellos factores externos que obviamente concurrieron, (desde luego no mas intensos que muchos de los que hubo de resistir y vencer la URSS en sus ochenta años de historia) difícilmente hubieran concluido en el desmoronamiento del sistema , si no fuera por la receptividad que encontraron en una honda descomposición del régimen y, sobre todo, en agentes sociales que desde posiciones rectoras unían su interés de grupo a la destrucción del socialismo. Eso fue lo decisivo.

Para culminar en aquella situación de desmovilización social y bancarrota del régimen socialista, el factor decisivo, si no el único, parece residir en lo que ha venido a denominarse "degeneración burocrática". La realización de lo que Marx consideraba "peligro permanente de la usurpación gubernamental de la dominación de clase". ( C.Marx y F. Engels. Obras 2ª edc. T.17 p.458)

Debe advertirse que aquel "peligro de usurpación" se presenta en la fase de construcción del socialismo con un crecido riesgo, como un auténtico tendón de Aquiles. Durante ese período - período de transición- , el aparato económico y todo el tejido de relaciones sociales, se va conformando impulsado por resortes político-administrativos que cobran por lo mismo una importancia incrementada.

Para culminar en aquella situación de desmovilización social y bancarrota del régimen socialista, el factor decisivo, si no el único, parece residir en lo que ha venido a denominarse "degeneración burocrática". La realización de lo que Marx consideraba "peligro permanente de la usurpación gubernamental de la dominación de clase". ( C.Marx y F. Engels. Obras 2ª edc. T.17 p.458)

Debe advertirse que aquel "peligro de usurpación" se presenta en la fase de construcción del socialismo con un crecido riesgo, como un auténtico tendón de Aquiles. Durante ese período - período de transición- , el aparato económico y todo el tejido de relaciones sociales, se va conformando impulsado por resortes político-administrativos que cobran por lo mismo una importancia incrementada.

El poder de la burocracia y la alta amenaza de que el aparato funcionarial asfixiara al socialismo fueron, durante un tiempo, ampliamente tratados en la literatura marxista. Sucedió así, particularmente, al hilo de la experiencia de la Comuna de París, de los episodios históricos protagonizados por Luis Bonaparte y del análisis del estado prusiano "el estado burocrático" como lo definiera Marx - C. Marx Carta a L. Kuglemann. Marx-Engels o. Esco. T 2 pag. 429. Edt. Progreso-.

"...Para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene que precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos sin excepción revocables en cualquier momento ", señalaba Engels ( CM y FE Obras T.22 p199). Pocas cosas suscitaron más preocupación a Rosa Luxemburgo que las patologías burocráticas del movimiento obrero (RL Huelga, Partido y Sindicatos). Gramsci es igualmente expreso en este extremo en su artículo "Sobre el funcionarismo", escrito a comienzos de 1921. Para Otto Bauer la subordinación de la burocracia es cuestión esencial del socialismo: "Sólo si la burocracia se somete al control de las masas trabajadoras, y las masas de no privilegiados controlan los ingresos y los privilegios de los "electos", sólo en este caso, la totalidad del pueblo trabajador será propietaria de los medios y de los productos de su trabajo”.

Toda la vasta elaboración de Mao Tsetung sobre la "línea de masas” se inspira en el temor a las distorsiones burocráticas y al poder de esa burocracia. Excepcional significación reviste que el propio programa de los bolcheviques desde 1919 introdujera la expresión "Estado obrero con deformación burocrática" para referirse al proceso revolucionario en curso en Rusia. Al respecto Lenin indicaba tiempo después: "En el programa de nuestro Partido vemos ya que nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática, hemos tenido que colgarle esa lamentable etiqueta, ahí tenéis la realidad del periodo de transición” ( Lenin. Los sindicatos en el momento actual y los errores de Trotsky . Obras Completas. T. XXXIII . Ed. La Habana).

En la obra de los máximos pensadores marxistas el burocratismo no aparece ni identificado a los trabajadores de la administración, ni banalizado al punto de reducirlo a un simple problema de métodos, malos hábitos y rutinas oficinescas. Fue examinado como un sistema verticalista de administración, generador de privilegios, con alta dosis de violencia potencial por la debilidad social del grupo en el que se sustenta. La Burocracia constituye un grupo social privilegiado de funcionarios públicos. El burocratismo un método. El burocratismo puede prevalecer sin Burocracia pero ésta actuará necesariamente con modos burocráticos.

En el capitalismo el poder burocrático-administrativo normalmente secunda, y en el peor de los casos traba, el desarrollo capitalista. En este sistema ,en gran medida, las fuerzas productivas trabajan por su cuenta, el poder y los privilegios residen ante todo en la base económica, en la propiedad y en las posiciones rectoras en el mundo mercantil. Las propias leyes del desarrollo capitalista refrenan, en parte, la expansión del poder burocrático por mucho que necesiten del estado para la acumulación, transferencia de recursos, coacción y hegemonía.

Pese a ello, cuando en determinadas coyunturas las sociedades capitalistas desisten de los modos democrático-formales y se revisten con formas de gobierno mas autoritarias ampliando su cobertura burocrática, militar y represiva, ésta puede hacerse autosuficiente y escapar durante un periodo de tiempo al control de la propia clase . Puede suceder, igualmente, en sociedades de débil desarrollo capitalista donde un importante fragmento de la burguesía procede de una burocracia enriquecida con el saqueo de los recursos públicos.

Contrariamente, en el socialismo, el desenvolvimiento de las nuevas relaciones viene indisolublemente ligado a la iniciativa político-administrativa y por lo mismo la desviación burocrática se presenta siempre como una amenaza tendencial . Un peligro que se centuplica cuando las transformaciones se emprenden en sociedades con limitada articulación de la sociedad civil, donde entre el Estado y la masa de la población no hay apenas nada, y sobre todo cuando el nuevo sistema se ha de edificar sobre una base débil de desarrollo de las fuerzas productivas con limitado capital humano. La acumulación socialista requiere entonces de enérgicas decisiones políticas, incrementándose, en consecuencia la propensión al verticalismo y a la autosuficiencia del aparato administrativo.

Justamente advertido de que la rama pudiera mas que el árbol , en el pensamiento marxista ocupó un lugar relevante –hasta su traumática amputación avanzada ya la segunda mitad de los años veinte del pasado siglo- todo lo concerniente a la relación estado-partido-clase y al significado de la burocratización en el conjunto de la sociedad política -administración, partidos, sindicatos...-.

-II-

Por el lugar que ocupa en la sociedad y por el carácter de sus funciones, la alta burocracia percibe con temor el control y la participación social. Siente en ello una cercenación de sus prerrogativas cuando no un peligro mortal para su posición dirigente.

A diferencia de las grandes clases sociales en que su poder descansa en el dominio de la base económica de la sociedad y desde ahí construyen todo el entramado de consenso social- siendo el poder político, en lo esencial, un derivado de ello- para la burocracia, detentar el control administrativo de forma arbitraria y en su propio provecho es , por definición, cuestión central, sin ello carece de cualquier superioridad, no existiría como grupo social.

Por su carácter de grupo parasitario que solo sobrevive con el dominio del entramado político administrativo, la burocracia es particularmente beligerante contra cualquier línea de profundización democrática e intervención popular. De hay nace la extrema violencia con la que el “poder burocrático” combate al “poder social”. Y de ahí también la ferocidad con la que sus distintas fracciones dirimen la lucha por la posesión y reparto del poder estatal.

El mundo jerarquizado del habitat burocrático, y el poder de que dispone, se refleja en una singular concepción de la sociedad. Esta se les representa dividida entre administrados y administradores dentro de una escala vertical de grados y categorías. Por sus propias condiciones de existencia, en la psicología de este grupo social arraiga con facilidad una abstracción del poder político-administrativo que lo transforma en fetiche. Con igual facilidad y por la misma razón, les repugna toda idea de poder social. Justamente una disposición lo más opuesta a los requerimientos de un sistema, como el socialista, que tiene que apelar a la iniciativa creadora del pueblo que es, en definitiva, donde reside el factor decisivo para su éxito y llegado el caso de su misma supervivencia.

Lenin manifestaba, con reiteración, su temor a que el nuevo cuerpo funcionarial surgido de la Revolución terminara contaminándose y asumiendo los métodos y la psicología del viejo aparato administrativo, que pasara así lo que a aquellos pueblos conquistadores que terminaban siendo dominados por la cultura de los conquistados "...aquí se podría tener la impresión de que los vencidos tienen una cultura elevada. Nada de esto. Su cultura es mezquina, insignificante, pero sin embargo, es más elaborada que la nuestra".

-III-

La amenaza de usurpación burocrática de la dominación de clase no se resuelve con fórmulas simplistas que tiendan a la negación o menosprecio del papel del partido y del Estado en la transición socialista.

La necesidad de apoyarse en un aparato de Estado para las transformaciones socialistas, con todos los riesgos que comprende es cuestión ya resuelta desde la últimas décadas del siglo pasado, cuando se dilucidó el debate entre las posiciones marxistas y bakuninistas. La experiencia arrojada por el paso del tiempo confirma que se trata de una necesidad “objetiva” fuera de discusión.

Esa objetividad, lejos de minimizar, subraya el riesgo de usurpación burocrática del poder, revela que tal peligro cuenta para realizarse con un soporte ideológico-cultural, material y clasista, extremadamente poderoso.

Sobre esta amenaza anticipaba Marx: "( la clase obrera que ha tomado el poder) debe impedir que sus órganos de Estado se transformen de servidores de la sociedad en dueños de ésta” – C. Marx. La Guerra Civil en Francia-

Objetivamente determinado resulta igualmente el papel central del partido. No ya la clase obrera, sino cualquier clase social, ejerce de hecho el poder, en considerable medida, a través de su parte políticamente más organizada y lúcida. Poco importa en este punto que se le llame o no partido. Esa representación de la clase se prepara para ello, para ganar la hegemonía y ejercer el poder: consenso y coacción.

Pero a la vez, el partido en su relación con la clase goza de una amplia autonomía, no existe un vínculo de subordinación orgánica de aquel con respecto a esta. Esa amplia autonomía no es el resultado de una decisión voluntaria, ni de una especulación teórica, es producto de una necesidad que está en la propia naturaleza del partido clasista como creación histórica. Sólo con esa distancia puede el partido situarse por encima de la contradictoria realidad interna de la clase, homogeneizarla y representar el interés estratégico de esta en su conjunto.

Y es precisamente por todo ello, por la necesidad objetiva del poder estatal y del partido, por la objetiva autonomía de este último con respecto a la clase, y en consecuencia por la amplia discrecionalidad del aparato burocrático estatal -que se nutre del partido-, por lo que resulta tan real, próxima y viva, la amenaza de usurpación burocrática del poder de la clase. Sobre este extremo Gramsci era muy enfático: "...si llega a constituir un cuerpo solidario y autosuficiente, si se siente independiente de la masa, la burocracia es la fuerza consuetudinaria y conservadora más peligrosa…” (Gramsci . Nicolas Maquiavelo Cuaderno 13).

Y es que la autonomía objetiva de las instituciones políticas debe implicar la comprensión de que mientras mas se eleven estas instituciones por encima de las clases a las que sirven, mas riesgo tienen de sucumbir, independientemente de su voluntad, a la tendencia a perpetuarse y mas se aproximan a entrar en conflicto con los intereses de la propia clase a la que se deben.

La sustitución de la clase por la burocracia no discurre según un plan preconcebido en detalle sino que, de manera natural, le marca el paso la acumulación de privilegios. Alcanzado un punto la burocracia no se caracteriza solo por ser un vértice funcionarial parásito y enriquecido, que distorsiona el sistema, sino una casta que demanda rebasar la posición de privilegio en el consumo para invadir el campo de la clase: la propiedad y el tráfico mercantil. Así, el curso del desarrollo del poder burocrático se presenta contradictorio, coexisten valores opuestos. Durante un periodo de tiempo mas o menos prolongado, la expansión del poder burocrático depende del desarrollo del sistema que despoja y de un cierto consenso en la clase que le sostiene .

-IV-

La cristalización en la URSS de una casta parasitaria que terminó vinculando sus destinos con la restauración del capitalismo, fue precedida de un largo proceso de incubación y desarrollo, en el que sí que ejercieron una influencia determinante los factores externos a la propia lógica del desenvolvimiento de la sociedad socialista.

Contrariamente a lo que a primera vista resultaba previsible, fue justamente cuando la revolución soviética había superado sus inicios más críticos, la guerra civil y la intervención extranjera, cuando comenzaron asentarse las bases de lo que resultó después en una monstruosa deformación burocrática.

Particularmente desde 1921 Lenin se prodiga en advertencias sobre la "plaga" del burocratismo:

"El 5 de Mayo de 1918 todavía no se planteaba ante nosotros el problema del burocratismo (...) aún no sentíamos esa plaga:

Pasó un año, en Marzo de 1919, se aprueba un nuevo programa del Partido (...) hablamos ya del renacimiento parcial del burocratismo dentro del régimen soviético.

Pasaron dos años más. En la primavera de 1921 ya apreciamos esta plaga con mayor claridad y precisión, ya se alza más amenazante ante nosotros " .

V. I. Lenin, del" Impuesto en Especie" -Mayo 1921- (Obras Completas. T.43 edt. Progreso)

La enfermedad que dañó severamente la salud de Vladimir Ilich Lenin desde 1922 hasta su fallecimiento en Enero de 1924, le impidió desencadenar la "tormenta" contra el burocratismo que preparaba para el XII Congreso al que no pudo ni tan siquiera asistir. En todos los escritos de sus últimos años Lenin es reiterativo en el peligro que representaban las crecientes manifestaciones de burocratismo.

A partir de 1921, al tiempo que en Rusia se remontaba la primera y más angustiosa fase de supervivencia de la Revolución de Octubre, el sistema capitalista entraba en un período de relativa estabilización, y con ello se diluían las esperanzas de un triunfo generalizado de los procesos revolucionarios. Se debilitó entonces la tensión ideal con la que la sociedad soviética afrontaba las extremas exigencias del momento.

A la vez la objetividad del agresivo cerco capitalista, por una parte, y el abrumador componente campesino y pequeño- burgués de la sociedad rusa, por la otra, conformaron el cuadro propicio para que se promoviera una fase de restricciones democráticas que tomó impulso y se fue extendiendo de una esfera a otra de la realidad política en general, de la estructura administrativa, y de la vida social.

El cruce entre el reflujo revolucionario a escala internacional, la agravación de las contradicciones internas, y la agresión exterior, delimitó una situación extremadamente compleja proclive a saldarse con detrimento de la democracia socialista.

Se suprimieron las tendencias internas en el partido dirigente, desapareció violentamente aquella concepción del partido que permitía la convivencia en su Buró Político de Lenin y Trostky, Zinoviev, Radeck, Stalin, Kamenev, Bujarin, Piatakov, Rikov... un Buró Político que se podía permitir el "lujo" de dejar a Lenin en minoría y en cuestiones trascendentales como el del monopolio del comercio exterior o el reconocimiento de los derechos nacionales al pueblo de Georgia... y en situaciones cruciales, como los de la firma de la paz con Alemania.

La dirección bolchevique no sólo desestimó la propuesta de Lenin de excluir a Kamenev y Zinoviev por su comportamiento en los momentos inmediatamente anteriores al levantamiento de Octubre, sino que poco después los mismos pasaron a desempeñar las mas altas responsabilidades en la Internacional Comunista y en las organizaciones del partido y del estado en Moscu y Petrogrado...

En ocasiones se llegaron a suprimir de artículos de Lenin referencias a errores de los bolcheviques y a ocultar sus criterios en temas significativos. Lo mas llamativo, empero, no es que eso sucediera, sino la actitud del propio Lenin ante ello: ...Al ver que el Comité Central ha dejado sin respuesta mis instancias...y que el Organo Central tacha de mis articulos las alusiones a errores tan escandalosos de los bolcheviques como la vergonzosa decisión de participar en el anteparlamento...al ver todo eso, debo considerar que existe en ello una “sutil” insinuación para que me calle y de que me retire...me veo obligado a dimitir de mi cargo en el Comité Central, cosa que hago, y a reservarme la libertad de hacer agitación en las organizaciones de base del Partido y en su Congreso...(Lenin.. La crisis Ha madurado. Obras Completas T.43).

Así era el partido que condujo el triunfo de la revolución, el de la guerra civil y el de uno de los mas grandes virajes en la historia de la humanidad .

Fue en los difíciles momentos derivados de la sublevación del Cronstadt en 1921, en la que participaron no pocos bolcheviques, cuando en el X Congreso se acordó la prohibición de las "fracciones internas". Esta medida iba a gravitar pesadamente sobre el futuro del partido y del país. Justo entonces, Lenin, que participaba de aquella prohibición y de otras restricciones de la democracia como medidas "temporales", ponía el acento en el derecho a las tendencias. Al punto fue de esa manera que no solo rechazó la dimisión de los miembros de la "oposición obrera", sino que propuso la incorporación de sus representantes más destacados a la dirección del partido y la publicación de su plataforma en el órgano central con una tirada de 250.000 ejemplares.

Lenin se opuso expresamente a la propuesta de Riazanov de extender la prohibición de fracciones a las plataformas. El Congreso rechazó tal propuesta siguiendo el criterio de Lenin.

No obstante en los años posteriores lo que era una prohibición de disciplinas paralelas se extendió a la restricción primero, y persecución después, de plataformas y tendencias internas, y de ahí se pasó a la degeneración del centralismo democrático y de toda la vida del partido. Así, por ejemplo, en Mayo de 1928 y tras vencer una prolongada resistencia, el Comité Central promulgó un decreto que puso todas las publicaciones del país bajo el control de Estado. Era el mismo Comité Central que en 1925 afirmaba: “el partido no puede permitir por decreto o proclamación ningún monopolio legal de producción literaria por parte de un grupo u organización , y no puede conceder este monopolio a ningún grupo, ni siquiera al propio grupo proletario...”.( Escritores y problemas de la literatura soviética 1917-1967 . Alianza Edt.).

De manera inevitable y en gran medida imperceptible, la estructura dominante del partido, del estado, de los sindicatos, de los soviet, de las fabricas, de las cooperativas... fue cambiando su naturaleza, sus conceptos, su psicología... se deslizaba de expresión del poder social conquistado con la revolución de Octubre a burocracia dirigente detentadora inatacable del poder.

-V-

Se volvió a evidenciar que toda estructura política autoritaria, incluso considerada como medida temporal, encierra el peligro real de enajenación del poder político respecto de la clase y capas cuyos intereses está llamado a interpretar.

Este fue el curso que siguieron las cosas en una escalada que alcanzó niveles de paroxismo: de los 1.956 delegados al XVII Congreso celebrado en 1934, 1.108 fueron detenidos posteriormente, la mayoría entre 1937 y 1938, bajo la acusación de actividades contrarrevolucionarias. Dos tercios de los miembros del Comité Central elegidos en aquel congreso fueron eliminados, condenados a penas de prisión o ejecutados.

Se comprende que un país amenazado y agredido desde el día mismo en que triunfó su revolución cuidaba con particular esmero su Ejército Rojo. Por la misma razón, la casta reinante de forma directamente proporcional a la acumulación de privilegios, incrementaba sus prevenciones contra la oficialidad soviética y desencadenó contra la misma uno de sus golpes mas tenebrosos. En los mismos años 1937-1938,en quince meses, se arrestó a 36000 oficiales del ejército y a 4000 de la marina; 13 de los quince comandantes del estado mayor y 154 de los 195 comandantes de división fueron fusilados en base a inverosímiles imputaciones. Pocos años después se manifestaron sus consecuencias en una inmensa tragedia.

Hasta finales de los años veinte en el partido coexistian, aceptado como legitimo, tres corrientes que se vinieron a clasificar como derecha, centro e izquierda. Se inició en la segunda mitad de los años veinte, y se consolidó en los treinta , uno de los episodios mas perversos de los que sufrió el PCUS y por extensión el conjunto del movimiento comunista: la representación de las divergencias y de la lucha de criterios como antagonismos con toda su fuerza destructiva. Lo que se manifestaba ahora era la natural propensión de la burocracia a antagonizarse frente a cualquier iniciativa que amenace su posición de privilegio, por mezquina que esta sea.

Sobrevino así una monstruosa corrupción de la teoría de la contradicción y de las políticas deducidas para su tratamiento. Los efectos de aquella deformación han sido devastadores para los comunistas hasta nuestros días

CRF
ADAN CHAPARRO
CI:17501640
WEB:http://www.marxismo.org/?q=node/738

Trotsky en el siglo XXI


¿Qué sigue siendo válido en el pensamiento de Trotsky, quien fue asesinado en México hace 47 años y hoy reaparece como referente teórico en importantes círculos cubanos y hasta en los discursos de Hugo Chávez?

En primer lugar, la teoría de la revolución permanente, elaborada con Parvus a raíz de la experiencia de la revolución rusa de 1905, la cual tornó claro que, en los países dependientes y donde no se han conseguido la liberación y la unificación nacional, la revolución agraria, la plena vigencia de los derechos democráticos ni se han sentado las bases para una república, todo eso no va a ser obtenido bajo la dirección de la burguesía, la cual depende estrechamente del imperialismo y es débil e incapaz, sino que debe ser conquistado por una alianza entre obreros, campesinos y explotados y oprimidos de todo tipo (pueblos originarios, minorías nacionales oprimidas, desocupados). En nuestra época, cuando la inmensa mayoría de la humanidad no ha conseguido aún las conquistas de la Revolución Francesa y, en escala mundial, asistimos a la lucha por repetir la hazaña de los sans-culottes en 1789, esa revolución democrática, para triunfar, debe ir más lejos, ser anticapitalista, desarrollarse en forma socialista.

También su visión internacional de los procesos, su combate a la idea estaliniana de la posibilidad de construir el socialismo en un solo país que consideraba la "política exterior" sólo como un medio para lograr equilibrios y ganar tiempo para esa construcción puramente nacional -y nacionalista- aislada. Trotsky, junto con Lenin, comprendía en efecto que la revolución es más fácil en los "eslabones más débiles" de la cadena capitalista -los países semicoloniales y dependientes-, dada la debilidad del Estado, pero veía que el socialismo sólo puede ser mundial, como lo es el capitalismo, y la inserción de todos los países en ese sistema dominante hace que la política "internacional" sea también "nacional" y viceversa y, por lo tanto, que en los países dependientes es más difícil la construcción de las bases mínimas para el socialismo, como el fin de la ignorancia, de la miseria, del autoritarismo, del atraso cultural y técnico. De ahí la otra parte de la revolución permanente: la necesidad de culminar las revoluciones socialistas en escala local, nacional, con la extensión del socialismo a escala mundial y, como corolario, la necesidad de ayudar solidariamente a otros pueblos en su lucha anticapitalista y de educar a los trabajadores en revolución en una visión universal, que una naturalmente la defensa de la revolución en el plano nacional con el internacionalismo revolucionario. La actitud de países pobres como Venezuela o Cuba en su ayuda solidaria se inscribe, conscientemente o no, en esta línea del pensamiento de Trotsky, que Lenin compartía.

Igualmente válida es su lucha, comenzada con la oposición de 1923 en el Partido Comunista de la URSS, contra la burocratización de los partidos "socialistas" o "comunistas", de sus sindicatos, de sus estados, apelando a las mujeres, a los jóvenes, a la democracia interna, a la construcción de órganos, como los consejos obreros, que pasasen por sobre las estructuras partidarias y sindicales y fuesen controlados y reorganizados continuamente por los trabajadores mismos. Y su rechazo no sólo al partido monolítico, sin tendencias internas en plena discusión teórica y estratégica, sino también al partido único de la clase obrera, ya que las clases trabajadoras están lejos de ser homogéneas, y sin democracia y pluralismo no pueden educarse y ser protagonistas en la lucha por cambiar las complejas condiciones sociales y económicas de la sociedad moderna. Algunas sectas "trotskistas" que repiten al peor Trotsky ("con el partido somos todo, sin el partido no somos nada") para reforzar un centralismo nada democrático olvidan al Trotsky defensor de la democracia en el partido, al hombre del Programa de Transición de la IV Internacional, escrito dos años antes de su asesinato.

Pero los aportes más actuales, en América Latina, que ningún marxista había hecho hasta entonces, y que siguen siendo fundamentales para entender procesos como el cubano, el venezolano, el boliviano, el nacionalismo revolucionario e incluso los gobiernos burgueses llamados "progresistas" (Kirchner o Lula, por ejemplo), son sus escritos en México. Su caracterización del gobierno de Lázaro Cárdenas, su defensa contra el imperialismo manteniendo al mismo tiempo la independencia política frente a él y tratando de desarrollar la independencia política de los trabajadores que lo seguían, su análisis de los sindicatos como órganos cada vez más integrados en el Estado capitalista, la necesidad de conseguir la independencia de clase frente a los partidos burgueses construyendo un partido obrero basado en las organizaciones de tipo sindical obreras y campesinas, mantienen y acrecientan toda su vigencia.

Los "ismos" transforman en dogmas eclesiásticos, en pensamiento cerrado, talmúdico, lo que fue elaboración abierta a partir de la unidad entre teoría y práctica y de la realidad misma. Al igual que Marx, que rechazaba ser "marxista" debido a los discípulos que le habían tocado en suerte y que decía que había sembrado dragones y recogido pulgas, Trotsky se oponía a ser llamado "trotskista" y negaba que existiese el llamado "trotskismo", pues éste para él era sólo el pensamiento de Marx y el de Lenin. Hay, sin embargo, algunas capillas raquíticas que prescinden de las ideas de Trotsky pero lo mencionan tal como los secuaces de todas las religiones utilizan sus respectivas sagradas escrituras. Eso no es culpa del revolucionario ruso pero obliga a ir directamente a la rediscusión masiva, donde se quiere avanzar hacia el socialismo, como en Cuba o en Venezuela, de los escritos de Trotsky desde 1923 y, particularmente, a sus escritos sobre América Latina. No hay nada más iluminante, apasionante, actual.

CRF
ADAN CHAPARRO
CI:17501640
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El papel de la personalidad de Lenin en la revolución bolchevique




El noventa aniversario de la revolución bolchevique facilita y exige a la vez un sinfín de investigaciones teóricas orientadas a la mejora de la praxis revolucionaria mundial. De entre las muchas cuestiones históricas que se han de rescatar de la mentira, ahora vamos a centrarnos en dos ellas: ¿debemos hablar de revolución rusa, de 1917, de octubre o de revolución bolchevique? Y ¿qué papel jugó la personalidad de Lenin en todo ello, o más aún, qué personalidad tenía Lenin? Sobre esta segunda parte disponemos de multitud de hagiografías stalinistas destinadas a borrar todo aquello que contradecía directa y esencialmente al nuevo régimen burocrático, y que era prácticamente todo. También tenemos las innumerables mentiras burguesas al respecto. Pero de entre las muy contadas descripciones objetivas disponibles destaca la de Krúpskaya, su libro sobre su vida con Lenin, y especialmente la nota que vamos a usar en este breve texto. Hay que decir que la propia Krúpskaya ha sido rebajada, menospreciada y maltratada por las versiones burguesas y stalinistas, todas ellas patriarcales aunque en diverso grado, cuando realmente tanto el bolchevismo como las aportaciones innegable de Lenin al marxismo hubieran sido imposibles sin la titánica militancia integral de esta revolucionaria intachable que merece ser reconocida como una de las artífices imprescindibles para el triunfo de la revolución bolchevique y para la creación histórica del bolchevismo.
1. POR QUÉ HABLAR DE REVOLUCION BOLCHEVIQUE

Sin mayores precisiones, hay que decir que se empezó a hablar de “leninismo” una vez muerto Lenin, aunque ya al final de su vida comenzó tímidamente el proceso de su mitificación, proceso que dio un salto con su muerte. Veremos en el capítulo siguiente que opinaba sobre esa y otras cuestiones su compañera Krúpskaya. De “bolchevismo” se empezó a hablar antes, cuando la fracción bolchevique o “mayoritaria” en la dirección de la socialdemocracia rusa, empezó a entrar en colisión con las otras fracciones, con los mencheviques en especial, y con el resto de partidos y organizaciones no bolcheviques. De bolchevismo, que concitaba todo lo abominable y aborrecible que se puedan imaginar las mentes de bien, las personas que se comportan “como dios manda” y, más tarde, del “leninismo”, se empezó a hablar de la misma forma en que antes, estando vivo Marx, se empezó a hablar de “marxismo”, al igual que de “trotskismo” estando vivo Trotsky y de “luxemburguismo”, pero una vez asesinada esta revolucionaria ejemplar, admirada por Lenin y excomulgada por Stalin. Podríamos extender este comentario a los “ismos” añadidos a Stalin, Mao, Gramsci, Pannkoek en menor medida, Mariategui, Che Guevara, Castro, etc.

El objetivo común de la creación artificial e interesada de un “ismo” es el de anular el proceso complejo de formación del pensamiento de la persona mitificada para lo bueno o para lo malo, o del grupo de personas que ha construido ese movimiento, en nuestro caso el bolchevismo y los bolcheviques. Toda formación de un programa, de una teoría y de una estrategia tiene siempre sus fases, etapas ascendentes o descendentes, contradicciones, paradojas, lagunas, vacíos, crisis, retrocesos, estancamientos o saltos bruscos adelante que abren una nueva etapa total o parcial en su pensamiento tras una dolorosa autocrítica anterior. Todo “ismo” anula la dialéctica del pensamiento colectivo e individual y su movimiento permanente, con lo que anula las importantes y frecuentemente decisivas raíces que se habían anclado y emergido luego gracias a pensamientos y teorías anteriores. De este modo, el nuevo “ismo” es descontextualizado, reducido a una lista de axiomas.

Aunque parezca una disputa bizantina e intranscendente, es necesario aclarar por qué aquí se prefiere el concepto de revolución bolchevique a los de “revolución de octubre”, “revolución de 1917”, “revolución rusa” u otros. Hablar de “revolución rusa”, pese a que se aclare el año de 1917 e incluso que hagan alusiones a febrero y octubre, y hasta se aclare la relación entre la revolución de 1905 y la de 1917, pese a estas precisiones, sin embargo, hablar de “revolución rusa” no concreta el tema crucial: el papel decisivo del bolchevismo. Rusia era una parte del imperio zarista, de esta cárcel de pueblos, mientras que la “revolución bolchevique” fue en la práctica --y sigue siéndolo en la teoría-- un acto consciente que infunde pavor y pánico en la burguesía mundial, que anula toda la argumentación reformista en cualquiera de sus formas y que plantea exigencias ineludibles, como veremos, a la lucha revolucionaria mundial en todos los tiempos.

Hablar “del 17” o otra expresión similar, es decir, poner un nombre cronológico y temporal a una revolución --que es un proceso con un salto cualitativo-- es detener su evolución, su dialéctica interna, en un momento e instante precisos, con los riesgos muy claros de petrificar el tiempo, el cambio y la transformación, la lucha de sus contrarios. Otro tanto hay que decir con respeto a “revolución de octubre”, cambiando el año por el mes; sin embargo, en el caso que tratamos, hablar de “octubre” es algo más correcto ya que especifica que el cambio cualitativo revolucionario se produjo no en febrero de 1917 sino en octubre, planteando así una serie de reflexiones teóricamente imprescindibles.

Por el contrario, “revolución bolchevique” hace referencia a un proceso ascendente en el que se mantienen una serie de constantes que estructuran el hilo rojo de la praxis comunista desde finales del siglo XIX hasta comienzos la primera mitad de la década de 1920, y que luego va renaciendo periódicamente en situaciones concretas. Unas constantes que también van variando en su forma externa, que van enriqueciéndose y ampliándose, que se concretan en respuesta a las transformaciones objetivas y subjetivas de las contradicciones que minan el capitalismo. La enorme capacidad del bolchevismo para comprender los cambios sociales y adaptarse a ellos, y a la vez, mediante esa adaptación incidir de inmediato sobre ellos, reorientándolos y abriendo nuevas expectativas de transformación, esta capacidad innegable fue decisiva para hacer que la revolución de febrero de 1917 pudiera culminar en la revolución de octubre de ese año.

Sin la corrección estratégica y táctica del bolchevismo, que era una parte de la totalidad del proceso, éste no hubiera llegado a su salto y cambio cualitativo en octubre, quedándose en una bella y brillante erupción revolucionaria fracasada en su objetivo histórico esencial e integrada en la lógica de la modernización del capitalismo ruso mediante la desvirtuación de sus contenidos revolucionarios. Si hubiera fallado la parte bolchevique de la totalidad del proceso abierto en febrero de 1917, éste mismo proceso se hubiera hundido, implosionado o degenerado desde su interior por la acción reformista burguesa de los mencheviques y socialrevolucionarios de derechas, por los errores del los socialrevolucionarios de izquierda, por la inutilidad estructural del anarquismo y por la agresión contrarrevolucionaria del imperialismo apoyada por las clases dominantes rusas. El bolchevismo no fue algo “externo” a la “revolución rusa” o “del 17” o “de octubre”; fue un componente esencial de la totalidad concreta del proceso revolucionario, una especie de “subsistema” integrado en el sistema que llegó a ser el elemento decisivo, detonante, del salto de la fase prerrevolucionaria, en sentido comunista, del proceso a la nueva fase revolucionaria. Sin el bolchevismo esta salto no se habría dado en su contenido creativo de una novedad cualitativa anteriormente inexistente, se habría detenido la tendencia ascendente hacia la emergencia de lo nuevo, hacia el punto crítico de no retorno en el momento de irreversible irreconciliabilidad de las contradicciones totales.

El bolchevismo fue --es-- la materialización como fuerza práctica objetiva del llamado “factor subjetivo”, de la conciencia teórica elaborada durante décadas por la lucha práctica, en dialéctica interna con ella, en su mismo desenvolvimiento cotidiano pero con una imprescindible autonomía relativa siempre flexible y adaptable garantizada por la existencia de la organización revolucionaria de vanguardia como parte inserta en la totalidad del proceso histórico, e inherente a él. Esta integración de la parte teóricamente consciente en el todo histórico, su interacción con el resto de niveles de conciencia menos desarrollados, fue lo que permitió al bolchevismo comprender los cambios sociales, adaptarse a ellos y a la vez, como hemos dicho, abrir nuevas vías y acelerar el proceso en su conjunto. Muy sucintamente, podemos sintetizar esas constantes en cuatro dialécticas de unidad y lucha de contrarios irreconciliables: una, la que existe entre el poder capitalista y el poder proletario; otra, la que existe entre la propiedad privada y la expropiación de la burguesía; además, la que existe entre el internacionalismo burgués y el internacionalismo proletario y, la que existe entre la ética capitalista y la ética comunista.

El choque frontal, permanente e inevitable entre estas contradicciones irreconciliables es consustancial al modo de producción capitalista, y la “revolución bolchevique” elaboró soluciones prácticas y teóricas que han resistido la prueba del tiempo pese a que el bolchevismo sufrió una primera derrota a partir de la segunda mitad de la década de 1920. Por su naturaleza de componente inscrito en la totalidad del proceso, la derrota del bolchevismo tuvo que ser y fue la derrota del proceso revolucionario iniciado en febrero de 1917 en cuanto tal. No podía haber, y no hubo, revolución bolchevique posterior a la década de 1920 y en especial tras las masacres de los ’30, sin bolchevismo como organización práctica ya que todas y cada una de sus cuatro soluciones revolucionarias concretas materializadas en el poder soviético, en la propiedad socializada, en el internacionalismo y en el desarrollo de una sociedad que se encaminaba a la ética comunista, fueron barridas progresivamente hasta concluir en la restauración del capitalismo como modo de producción dominante a partir de 1991.

Sin embargo, su derrota no fue definitiva, no podía serlo por el simple hecho de que las contradicciones capitalistas siguieron madurando, expandiéndose e intensificándose. Más temprano que tarde y debido a la presión objetiva de la explotación, opresión y dominación consustanciales al capitalismo, debía recuperarse lo esencial del bolchevismo mediante un proceso de autocrítica de lo acontecido y de crítica de lo nuevo. Las recuperaciones periódicas del bolchevismo responden a los altibajos de la oleadas revolucionarias, a la marcha general de la lucha entre el capital y el trabajo a nivel mundial, pero en todas ellas y en su continuidad interna, siempre está presente de manera explícita y abierta o subterránea e implícitamente las cruciales cuestiones del poder, de la propiedad, del internacionalismo y de la ética. El pánico que la burguesía siente ante el bolchevismo nace de la naturalidad con la que éste demuestra en cada momento cómo se lucha concretamente contra el poder capitalista, contra su propiedad, su internacionalismo y su ética, y cómo, por qué y para qué es construye otro poder diferente, el proletario, que facilite sobremanera expropiar a los expropiadores y socializar las fuerzas productivas, vencer a sus ejércitos internacionales desarrollando a la vez la ética comunista.

Podemos sintetizar las muy actuales y permanentes aportaciones del bolchevismo a la emancipación humana en seis grandes tesis teórico-políticas que el bolchevismo elaboró a lo largo de su lucha partiendo y mejorando le método marxista, rescatándolo de la censura castradora realizada por la socialdemocracia internacional. La primera aportación hace referencia al crucial problema de las relaciones entre el campesinado y la revolución proletaria, ya que en el imperio zarista el campesinado era el océano que envolvía al archipiélago proletario. La respuesta bolchevique está más vigente que nunca: devolver la tierra a quien la trabaja, al campesinado, mediante algo más que una simple “reforma agraria” sino mediante la expropiación de los latifundistas terratenientes. En el capitalismo actual este principio teórico-político supone un golpe irrecuperable para el imperialismo en todos los sentidos de la palabra.

La segunda aportación bolchevique, muy unida a la anterior, es otro golpe irrecuperable porque supone y exige la independencia nacional de los pueblos oprimidos. El imperio zarista era una cárcel de pueblos, como siguen siéndolo muchos Estados imperialistas actuales, empezando por el que ahora padecemos, el español. El bolchevismo optó, en síntesis, por la solución radical y directa: abrir las puertas de la cárcel y romper sus cadenas. Los pueblos oprimidos tenían el derecho y la posibilidad real de salirse de la cárcel, de ser independientes y, desde esa independencia, decidir libremente, sin ingerencias, qué relaciones nuevas e iguales querían mantener con la nueva república soviética. Inmediatamente, esta solución confirmó lo que ya se sabía, que dentro de toda nación existen dos naciones, la de la clase explotadora y la de la clase explotada, y que en los momentos críticos cada clase lucha por desarrollar su modelo nacional propio, incluidas las naciones oprimidas que entraron en una intensa agudización de su lucha de clases interna en la que no faltó la ingerencia directa de los imperialismos mundiales. Ambas lecciones han adquirido en la actualidad todavía más importancia que hace 90 años, y tanto el independentismo socialista como el internacionalismo proletario aparecen como una unidad dialéctica.

La tercera aportación hace referencia a la política bolchevique por lograr que el proletariado industrial y urbano lograra la hegemonía social dentro del conjunto de las clases explotadas, dentro del pueblo trabajador, de la pequeña burguesía y del artesanado. Hemos dicho que los centros industriales eran como archipiélagos en el océano campesino, pero era un proletariado tanto o más moderno, concentrado y centralizado que el alemán y el estadounidense, por ejemplo. Desde sus primeros textos, especialmente desde el “¿Qué hacer?”, Lenin elaboró una tesis de la hegemonía social del proletariado dentro del pueblo trabajador y de las “clases medias”, superior a la de Gramsci y, desde luego, contraria a la manipulación que de ésta hizo el eurocomunismo. La tesis bolchevique de la hegemonía partía de la necesidad imperiosa de la alianza obrero-campesina, de la urgencia de integrar al artesanado y a la pequeña burguesía e incluso, en los momentos críticos, a algunos sectores de la media burguesía y de la patronal, aunque como técnicos. Esta tesis exige que la clase obrera industrial sea el cerebro director del proceso, que la democracia socialista y el poder popular autoorganizado en soviets vigile desde fuera al Estado obrero en proceso de autoextinción, y que los sindicatos, además de ser escuelas de comunismo, sean a la vez independientes y críticos. Cualquier reflexión actual sobre el socialismo que olvide esta aportación bolchevique, está condenada al fracaso.

La cuarta aportación hace referencia al contenido reaccionario de la burguesía, a su corrupción, a su dependencia hacia la burocracia estatal. A diferencia de la tesis sobre la hegemonía, etc., ésta tardó algo más tiempo en concretarse debido a la propia historia de la formación del bolchevismo, aunque está ya latente en lo básico en la idea de la “revolución ininterrumpida” de Lenin y definitivamente en la mejora por Trotsky de la teoría marxista de la “revolución permanente”. El imperio zarista esta corrompido hasta su médula; la burguesía era cobarde y rapaz, y el reformismo menchevique y socialrevolucionario nunca se atrevió a cumplir las promesas hechas cuando accedió al poder en febrero de 1917. Hasta ese mes parecía que las tareas democráticas de la revolución las podía cumplir una supuesta “burguesía nacional y democrática”, pero para abril de 1917 Lenin estaba ya definitivamente seguro de que sólo la revolución socialista podía cumplir esas tareas, y que incluso podía hacerlo por medios pacíficos, al menos durante un tiempo. Luego se demostró que esto segundo era ya imposible, pero que era urgente lo primero. Desde entonces la historia ha confirmado la corrección de esta teoría ya enunciada en lo básico por Marx y Engels desde1848-50.

La quinta aportación bolchevique hace referencia a la teoría de la organización de vanguardia, que es una mejora de la inicial teoría marxista de la organización ya que el bolchevismo tuvo que enfrentarse a un contexto en el que todas las contradicciones capitalistas actuaban a la vez y en su máxima irreconciliabilidad. Esta teoría no es ni dirigista ni sustitucionista, no desprecia a las clases explotadas ni a su tendencia innata a la autoorganización, sólo la ignorancia más supina o el peor maquiavelismo pueden sostener esas acusaciones. Esta teoría sostiene que, primero, la organización es imprescindible para aglutinar a los luchadores más conscientes y entregados; segundo, que las y los revolucionarios han de ser una síntesis superior formada por la unión de obreros e intelectuales, resultando el militante comunista; tercero, que esta organización ha de ser crítica y autocrítica, muy preparada teóricamente, capaz de enseñar con paciencia pedagógica esa teoría a las masas; cuarto, que ha de actuar siempre dentro de ellas, y que debe aprender de ellas, impulsarlas y facilitar su tendencia a la autoorganización pero sin diluirse ni desaparecer nunca del todo en ella; quinto, que ha de estar presente en todas las luchas y que en su interior ha de insistir en el papel crucial que tiene la propiedad privada y en la naturaleza política de toda lucha, por economista o cultural que sea; sexto, que por tanto, por la propiedad y la política, el Estado burgués es el enemigo a vencer para instaurar una democracia socialista, un poder popular y un Estado obrero; séptimo, que en esta lucha la organización ha de mantener su independencia estratégica y asegurar siempre un nivel de supervivencia clandestina, aunque exista una aparente “democracia” burguesa; octavo, que es en los períodos de clandestinidad cuando se demuestra la esencia de la organización bolchevique porque durante ella se convierte en la memoria activa de las masas, en el marco de autocrítica de las razones de la derrota y de elaboración de las nuevas vías; noveno, que por tanto esa organización ha de ser flexible y adaptable a los cambios, como un acordeón y un pulpo, conservando siempre su esencia pero adquiriendo las formas necesarias en cada momento y, décimo, que la organización es un medio no un fin en sí mismo.

La sexta y última aportación concierne a la recuperación del método dialéctico materialista inherente al marxismo. Muerto Engels y hasta que Lenin reiniciase su lectura sistemática de Hegel y de la filosofía en general, el método marxista había sufrido una profunda esclerosis a manos de la socialdemocracia. El mérito de su recuperación recae sobre el bolchevismo en su mayor parte, aunque también intervinieron otros marxistas que tienen con el bolchevismo una muy estrecha relación que llegó casi a la plena fusión al final de sus vidas, y nos referimos especialmente a Rosa Luxemburgo. Fue esta corriente general, en la que el bolchevismo fue su eje vertebrador, la que llevó al método marxista a cotas deslumbrantes de pujanza científico-crítica sin parangón alguno con la pobreza metafísica, mecanicista e idealista de la sociología, de la economía política y del academicismo burgueses. Para acabar con este potencial revolucionario hizo falta la confluencia de tres grandes fuerzas: el stalinismo, la socialdemocracia y el fascismo. Pero el bolchevismo no ha resucitado recientemente porque nunca murió. Empezó a recuperarse casi inmediatamente después de su derrota en el interior del PCUS en la segunda mitad de la década de 1920, y con altibajos, adaptaciones y enriquecimientos, siguen expandiéndose en la actualidad.

2. LA PERSONALIDAD DE LENIN Y EL ESTILO BOLCHEVIQUE

Sin lugar a dudas, la mejor descripción de la personalidad de Lenin, por breve y concisa, es la que ofreció Krúpskaya poco después de su muerte, y publicada en el diario Pravda con fecha de 30 de enero de 1924: “Tengo que pedirles un gran favor: no permitan que su duelo por Ilich tome la forma de una reverencia externa por su persona. No le levanten monumentos conmemorativos, no pongan su nombre a los palacios, no celebren actos solamente en su honor, etc.; cuando él vivió, todo esto le tenía sin cuidado y le fastidiaba. Recuerden que en nuestro país hay todavía mucha pobreza y mucho abandono. Si ustedes desean honrar la memoria de Vladímir Ilich, construyan jardines de infancia, casas, escuelas, librerías, centros médicos, hospitales, hogares para los impedidos, etc., y, sobre todo, pongamos en vigor sus preceptos”. Krúpskaya, la revolucionaria bolchevique que también fue compañera de Lenin durante más de un tercio de siglo, sabía lo que decía y por qué lo decía. Para finales de 1923 el partido bolchevique estaba llegando a su punto crítico previo a la burocratización imparable. De hecho, según E. H. Carr, la reunión de Moscú del 11 de diciembre de 1923 fue, “posiblemente, la última vez que pudo celebrarse un debate público franco y divulgado en su totalidad, capaz de influir en la opinión dentro del partido”. Recordemos que antes incluso de que enfermase Lenin, Zinoviev ya había empezado su ensalzamiento como “gran dirigente”.

Krúspkaya había sido no sólo testigo del fortalecimiento de las tendencias burocráticas y sustitucionistas dentro del partido, sino también había sido agente activo y consciente en el choque de trenes entre Lenin, enfermo y aislado, y el grupo de poder que Stalin iba tejiendo. Un choque que llegó al grado extremo de que Lenin pidiera la destitución de Stalin y, a la vez, planteara a Trotsky crear entre ambos una fracción en el partido para luchar por su reorientación y contra el grupo de Stalin. Además de otras razones estratégicas que explican el enfrentamiento entre ambos, Krúpskaya en persona era otro motivo de choque. Es sabido que Stalin era rencoroso, despectivo e insultante en grado extremo. Fue el mal trato que éste daba a la compañera de Lenin lo que motivo la siguiente carta:

“Al camarada Stalin. Copias para Kamenev y Zinoviev. “Estimado camarada Stalin: Ud. se permitió la insolencia de llamar a mi esposa por teléfono para reprenderla duramente. A pesar del hecho de que ella prometió olvidarse de lo dicho, tanto Zinoviev como Kamenev supieron del incidente, porque ella los informó al respecto. No tengo intención alguna de olvidarme fácilmente de lo que se hace en contra de mí y no necesito insistir aquí de que considero que lo que se hace en contra de mi esposa, se hace contra mí también. Le pido entonces que Ud. medite con cuidado acerca de la conveniencia de retirar sus palabras y dar las debidas explicaciones, a menos que prefiera que se corten nuestras relaciones completamente.

Le saluda, Lenin. 5 de marzo de 1923”.

Muy tensas tienen que estar las relaciones personales entre dos revolucionarios que se conocen desde hace muchos años para que uno de ellos escriba una carta así. Que lo personal es político, es algo sabido desde siempre, por esto, determinados actos personales especialmente insolentes y despreciativos pueden ser la gota que desborde el vaso de la paciencia, pero las razones de fondo responden a la dialéctica de la totalidad de las relaciones, desde las estrictamente políticas hasta las estrictamente personales pasando por toda serie de pequeños matices particulares en otra multitud de comportamientos. Por tanto, la revolucionaria bolchevique que durante decenios había militado en el centro, en el núcleo básico de la dirección del partido, asumiendo tareas decisivas para su funcionamiento práctico, teniendo acceso a una información privilegiada de primer grado y de fuente directa, conocía tan minuciosamente como su compañero Lenin la realidad interna de la organización y los rasgos personales de sus responsables, entre los que ya para esos años se encontraba Stalin. Huyendo de elucubraciones y de historia ficción, muy dura e inaceptable debió haber sido la llamada telefónica del georgiano a Krúspkaya para que ésta, pese a haber prometido olvidarse de lo oído, no dudase luego en informar a dos dirigentes del partido que todavía y oficialmente seguían ocupando cargos de mayor responsabilidad que la de Stalin, aunque en la práctica ya no tuvieran el decisivo poder burocrático interno que Stalin estaba monopolizando en medio de la indiferencia de casi todos, menos de Lenin --consciente del peligro que ese monopolio acarreaba-- y de algunos pocos más, entre los que no se encontraba aún Trotsky, o si lo sospechaba o intuía guardaba silencio.

Es imprescindible hacer estas aclaraciones previas para ubicar la importancia de la nota de Krúpskaya de enero de 1924, que refleja y expone crudamente el ascenso de la mentalidad idólatra que ya dominaba en sectores fundamentales de la dirección del partido y que se multiplicaría posteriormente. La escribió para agradecer los mensajes de condolencia recibidos mostrando el más puro “estilo bolchevique” consistente en buscar la contradicción interna en el tema que en ese momento trataba. Aunque no se han descubierto pruebas definitivas al respecto, todo indica que, siendo coherente con su filosofía vital y con la de su compañero Lenin, rechazaba toda la pompa oficial de sus exequias y también el embalsamamiento del cadáver de Lenin. Todo indica también que él mismo lo hubiera rechazado contundentemente e incluso con aspereza, posibilidad que se convierte en algo más que probabilidad conforme aumentan los indicios que sugieren que Lenin pidió veneno para acabar con su vida al saber que no existía cura. En la primera parte de la breve nota, Krúpskaya denuncia sibilina pero crudamente una forma de comportamiento inherente a la idolatría dogmática, adelantándose en su crítica al comportamiento de la burocracia durante más de sesenta años. Junto con la idolatría dogmática se impuso la censura porque, en un primer momento, los demoledores y decisivos últimos textos de Lenin, su famoso Testamento, fueron ocultados al partido, a la militancia en su sentido amplio, al pueblo ruso y a las naciones de la URSS y a la humanidad trabajadora; y en un segundo momento, todo su pensamiento su objeto de manipulación, interpretaciones apologistas sucesivas siempre descontextualizadas y, sobre todo, vaciadas de una de las características esenciales del “estilo bolchevique” --marxista--: la dialéctica de la lucha de contrarios.

Luego Krúpskaya reconoce breve pero sinceramente que las condiciones de vida en la URSS de comienzos de 1924 son muy duras, que hay mucho abandono y mucha pobreza. Hablar clara y directamente es otra de las características del “estilo leninista”. Poco después, conforme la burocracia aseguraba su poder, la verdad sincera, directa y clara fue desapareciendo de los órganos de prensa internos al partido, y de la entera sociedad rusa. Con el tiempo se impuso el silencio absoluto en los debates en el partido, la propaganda más mentirosa y la prohibición de decenas y decenas de autores revolucionarios, fueran marxistas o no. Sobre esta base, al final se generalizaría la doble y hasta triple contabilidad en las empresas públicas para facilitar el crecimiento imparable de la economía sumergida y del mercado negro a gran escala desde la década de los ’70 del siglo XX, cuando la fracción que mantenía a Breshnev --y a su familia-- en el cargo de Secretario General del PCUS empezó el proceso de acaparamiento “ilegal” de recursos y productos de todas clases, a la espera de que se diesen las condiciones propicias para el salto contrarrevolucionario al capitalismo, que se produjo a comienzos de la década de los ’90 de ese siglo. La sinceridad bolchevique de Krúpskaya del 30 de enero de 1924 fue sin duda uno de los últimos reconocimientos oficiales de la gravedad del problema social, pese a las mejoras logradas por la NEP.

La última parte de la nota de la revolucionaria bolchevique vuelve de nuevo sobre la personalidad de Lenin pero centrándose en sus ideas sobre lo esencial de cualquier política socialista con respecto a las necesidades populares inmediatas, la lucha contra la pobreza y contra la enfermedad, contra la ignorancia, al defensa de los derechos infantiles, etc. Pero esta política no puede darse desconectada de las otras dos características del “estilo leninista”: la denuncia de la burocratización y la sinceridad y la verdad con y hacia el pueblo. Sin embargo, si bien se tomaron serias medidas para mejoras las condiciones de vida y trabajo de las gentes en los primeros años de revolución, con el ascenso de la burocracia las diferencias sociales aumentaron y, lo que es peor, se instauraron turnos de trabajo, castigos y disciplinas laborales, etc., que agrandaron las diferencias entre las masas trabajadoras y la burocracia, que acaparaba cada vez más privilegios. La referencia directa de Krúpskaya a las guarderías infantiles es especialmente significativa porque precisamente en ese año de 1924 empezó la contraofensiva patriarcal, el ataque del machismo y de la familia autoritaria y tradicional para recuperar su viejo poder milenario, restringiéndose derechos básicos conquistados sobre el divorcio, el aborto, la libertad sexual, la libertad de educación, etc. A la vez, la libertad de cultura en su sentido pleno, en el de la creatividad artística y estética, fue pulverizada a comienzos de los ’30 con la imposición del dogma del “realismo socialista”.

Como cualquier otro ser humano, Lenin tenía rasgos de personalidad que podían chocar y chocaban con los de otras personas, que podían y debían ser criticados, etc. Pero entrar a este debate sin precisar antes algunas cuestiones imprescindibles --contextos y coyunturas, comparaciones con otras personas de su alrededor, análisis de las pautas de juicio y valoración de la ética marxista al respecto, comparaciones con burgueses y reaccionarios de toda calaña, etc.-- es caer en la trampa burguesa de reducir la historia humana a los vicios y limitaciones individuales, siempre desde la abstracción idealista y metafísica. Dicho esto, podemos pasar a exponer varias características de la personalidad de Lenin, advirtiendo que, según se vera, son inseparables de su praxis revolucionaria, de su forma de entender la actividad política como síntesis de la vida social del ser humano. Quiere esto decir que debemos ver la personalidad de Lenin, al igual que cualquier otra, como un proceso, como un devenir en el que presionan múltiples factores externos sobre una estructura psíquica que va respondiendo mal que bien o bien que mal según los casos y las circunstancias.

De hecho esta es la primera característica de su personalidad. En Lenin, como en todo ser humano consciente de la existencia de la explotación, es imposible separa lo “personal” de lo “político”. Mientras que la ideología burguesa y patriarcal, establece una separación absoluta entre ambas, rompiendo su unidad dialéctica, Lenin sabe que los procesos de explotación se desarrollan en el interior mismo de las relaciones personales, que lo político no sólo debe denunciar esas realidades desde una perspectiva democraticista, sino que debe desarrollar todos los instrumentos sociales para que las relaciones interpersonales sean también relaciones de liberación. Esta consciencia se fue haciendo más lúcida, autocrítica y tal vez amarga, conforme veía y sentía en torno suyo el reforzamiento de las tendencias burocráticas, del nacionalismo gran ruso, de las mentalidades reaccionarias y de los comportamientos sumisos y oportunistas. Una de sus mayores preocupaciones al final de sus años fue la de potenciar la “revolución cultural” que debía avanzar rápidamente y recuperar el espacio perdido. Dejando ahora de lado sus limitaciones teóricas sobre el problema de la ideología, tal como la definían Marx y Engels, lo cierto es que al final de su vida fue plenamente consciente del peso contrarrevolucionario de muchos de los componentes que Marx y Engels introducían en el mundo de lo ideológico. Muy probablemente, de seguir con vida, Lenin hubiera avanzado en esa y en otras problemáticas hasta penetrar en la teoría marxista de la alienación, del fetichismo, de la ideología, etc., --imprescindibles para entender la dialéctica entre lo personal y lo político-- dominándola, ampliándola y aplicándola masivamente en todos los problemas de la construcción del socialismo.

Lenin podría haber alcanzado perfectamente un conocimiento más profundo de este problema porque en su previa experiencia vital había desarrollado una ágil y enriquecedora dialéctica entre lo personal y lo político aprendiendo a equilibrar los sentimientos más humanos con las necesidades políticas, superando así varios de los componentes esenciales de la ideología burguesa. En contra de la imagen falsa de un Lenin supeditaba siempre y de forma apriorística y ciega lo personal a lo político, negando las mediaciones, su práctica vital ofrece múltiples ejemplos contrarios. Aquí sólo vamos a citar tres. El primero hace referencia al hecho de que mantuvo las buenas relaciones personales, la afectividad y el cariño, con los defensores de la lucha armada narodniki, individualista y alejada de las organizaciones de masas y de éstas aunque discrepaba teórica y políticamente con ellos. Al igual que Marx y Engels sentían una profunda admiración personal hacia Blanqui, por su coherencia y dignidad, pese a criticar su doctrina, también Lenin mantuvo su amistad personal con los defensores de la lucha armada narodniki, aunque él no estuviera de acuerdo. La frontera de lo personal no estaba, por tanto, en las disputas tácticas y transitorias, sino en las cuestiones estratégicas y en los objetivos históricos. Sus relaciones personales con Martov, y este es el segundo ejemplo, así lo confirman. Martov, viejo amigo de clandestinidad y riesgos, se separó políticamente muy pronto, a raíz del debate sobre la teoría de la organización, siendo luego uno de los principales dirigentes mencheviques y, luego, dirigente de su sector menos reformista. Lenin siempre se alegraba profundamente cuando parecía que se debilitaban las diferencias políticas entre ambos y pese a que éstas se mantuvieron y crecieron, Lenin nunca terminó de romper sus relaciones de amistad con Martov.

El tercer ejemplo hace referencia a las relaciones sentimentales de Lenin con Inesa Armand, militante bolchevique y feminista, que impactó fuertemente en él, pese a lo cual no rompió sus relaciones con Krúpskaya. Más tarde, muerto Lenin, los stalinistas usarían las relaciones entre Inesa y Lenin para atacar a Krúpskaya por su apoyo a la lucha antiburocrática acusándole de defender el amor libre. Por último, el cuarto ejemplo muestra la diferente evolución del trato con Stalin y Trotsky. Con el primero, al que en 1913 definió como “maravilloso georgiano”, la relación se mantuvo normal pese a las crecientes noticias que recibía Lenin sobre su personalidad, sobre su fácil recurso a la represión, a las malas artes, a la mentira y a la exageración a partir de 1918. En los anales del partido bolchevique, las primeras advertencias sobre los malos modos de Stalin aparecen ya al muy poco de presentarse éste en San Petersburgo en febrero de 1917, en forma de quejas de militantes de base que padecieron sus arbitrariedades. Lenin fue conociendo cada vez más datos al respecto, pero salía en su defensa o guardaba silencio porque en las extremas condiciones de la cruel guerra civil, en la que la derrota del poder soviético podía producirse en cuestión de días, Lenin tenía que hacer malabarismo organizativos para mantener y aumentar en lo posible la fuerza bolchevique. Pero con el transcurso de los meses y una vez que asegurado el poder proletario, empezó a prestar mayor atención a esas cuestiones político-personales, sobre todo cuando vio que Stalin monopolizaba un poder administrativo estrechamente unido a sus modos de ser. Ya hemos visto cómo, al final, tarde ya, decidió romper con él y darle la batalla en todos los aspectos, pero aún así incluso le ofreció la posibilidad de recomponer parte de las relaciones personales y darle las debidas explicaciones a Krúpskaya, perdón implícito que Stalin aprovechó inmediatamente.

En cuanto a Trotsky, el proceso fue el inverso en lo esencial. En un principio, quedó impresionado por su inteligencia, creatividad y oratoria, pero la crisis surgió por las tesis de Trotsky con respecto a la teoría de la organización. Estas discrepancias podían haberse mantenido fuera de las relaciones interpersonales si no hubiera sido por la propia naturaleza de Trotsky, en aquellos años algo engreído de sí y nada apto para comprender la importancia de las buenas relaciones entre las personas. A diferencia de Stalin, que en los debates decisivos por lo general guardaba silencio a la espera de saber qué bando ganaba, Trotsky tendía a ser todo lo contrario. Desde los principios marxistas, es innegable que en esta cuestión Trotsky también tenía razón sobre Stalin. No debe extrañar, por tanto, que la lista de discrepancias entre Lenin y Trotsky sea larga --como debe ser cuando se ejercita el marxismo-- comparada con la lista entre Lenin y Stalin, porque este segundo apenas cuestionaba en público al primero, aunque luego hacía lo que le daba en gana. La burocracia rusa ha utilizado contra Trotsky la lista de sus discrepancias con Lenin, sacándolas de contexto y sobre todo ocultando que, primero, esos debates muestran que ambos eran marxistas y, segundo, que sus relaciones se acercaron y casi se fusionaron desde 1917 en adelante en los temas decisivos. Por esto, para todo el mundo la revolución bolchevique fue “la revolución de Lenin y Trotsky”.

La segunda característica de Lenin, relacionada con la anterior, es que buscaba mantener su independencia económica como garantía para su independencia personal, teórica y política. Muy pocas veces aceptó el dinero que la organización bolchevique daba a los “revolucionarios profesionales”. Resulta llamativo que la persona que llevó a su más alto grado de rigor teórico la tesis del “revolucionario profesional” se negara sistemáticamente a cobrar un salario por ser un “profesional de la política”. Aun a costa de mantener una vida austera y con pocos gastos, Lenin y Krúpskaya preferían antes su precaria independencia económica que no depender del salario del partido, aunque tuviera fondos suficientes para pagar a varios “revolucionarios profesionales”. A la vez, la independencia económica iba unida a un deliberado distanciamiento de las abundantes disputas interpersonales típicas de los guetos de exiliados y refugiados, en especial en los períodos de derrota y apatía de luchas. Krúpskaya y Lenin evitaban en lo posible verse absorbidos por los torbellinos y problemas de estas disputas. Lo que palpita debajo de este criterio decisivo de la búsqueda de la independencia económica y del mantenimiento de buenas relaciones con la mayor cantidad posible de personas exiliadas, era, por un parte, la defensa de la independencia de praxis revolucionaria, de libertad de pensamiento y de acción y, por otra parte, mantener en lo posible una situación de armonía colectiva lo suficientemente sólida como para facilitar la buena marcha de la organización, de los debates y discusiones, de la ayuda a los nuevos exiliados y escapados de la represión etc.

La austeridad casi espartana en su forma de vida, la no caída en lujos y caprichos, en necesidades superfluas, les caracterizó hasta el final de sus días, siendo seguro que la célebre independencia de criterio de ambos, siempre dispuestos a abandonar los cargos para volver a la militancia de base con tal de poder defender y explicar más efectivamente sus ideas, esta constante, está dialécticamente unida a su independencia económica. No querían vivir dependiendo de la estructura del partido para poder volverse contra esta estructura fundiéndose con la militancia y atacándola desde la base, sin estar atada a ella por las cadenas del salario seguro. Una de las cosas que más les irritaban y que facilitó su toma de conciencia del peligro ya real y dado de la burocratización fue apreciar paso a paso cómo aumentaban los privilegios socioeconómicos de la naciente casta burocrática dentro mismo del Kremlin. Lo veían día a día. A la vez, veían cómo tendían a crecer las tensiones interpersonales, los rumores, las críticas por la espalda, en especial en la práctica de pasillo de esa burocracia en formación y una de las inquietudes que quitaban el sueño a un Lenin ya enfermo era la certidumbre de que a su alrededor se estaba cerrando una soga de aislamiento y silencio que, con la excusa de proteger su precaria salud, le impedía conocer la realidad en pudrimiento e intervenir contra ella.

La tercera característica de la personalidad de Lenin nos sirve para entender mejor su austeridad, y la de Krúpskaya, su fiera determinación a no dejarse llevar por las comodidades superfluas y otras formas de vida típicas de las mentes aburguesadas. Nos estamos refiriendo a su profundo sentimiento nacional ruso y a su esencial internacionalismo. Sobre lo primero, no era un sentimiento nacional burgués y terratenientes, dos variables externas del mismo nacionalismo gran ruso que siempre combatió a muerte, sino que surgía de la conciencia nacional rebelde y digna desarrollada por aquella parte de la intelectualidad rusa que supo resistirse en la gris monotonía del zarismo a todas sus pretensiones y tropelías. Trotsky se dio perfecta cuenta de que Lenin era el “tipo nacional” de la joven república soviética, de la “patria socialista” y de su “patriotismo obrero” y campesino. Lenin conocía muy a fondo la cultura rebelde no sólo de la intelectualidad progresista sino también del campesinado y del pueblo trabajador, y también conocía las innegables virtudes ético-morales de los socialrevolucionarios y narodnikis que practicaban una lucha armada individualista, alejada totalmente de las clases explotadas y sobre todo del joven proletariado urbano. Varias veces salió en defensa de esta identidad nacional opuesta a la identidad nacional burguesa. Cuando la revolución bolchevique entró en su momento crítico a principios de 1918, los bolcheviques asumían entre ellos que la revolución había creado la “patria socialista”, opuesta en todo a la burguesa; y cuando en verano de 1918 la suerte de la revolución se decidía en cada minuto, los bolcheviques al unísono hicieron aquél vibrante llamamiento al pueblo trabajador que tenía el título de “La patria socialista en peligro”.

Sobre el internacionalismo esencial al bolchevismo y a Lenin, hay que decir que éste ya quedó impresionado por la tenaz resistencia del pueblo chino en 1900 al ataque del ejército zarista. Desde entonces, la visión internacionalista fue una identidad de los bolcheviques que les llevó a ser acusados de “traidores a su patria” --a la patria burguesa-- cuando asumieron la tesis del derrotismo revolucionario, cuando como buenos dialécticos exigieron la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, cuando no dudaron en utilizar a los invasores alemanes para llegar a Rusia desde el exilio, cuando dieron la independencia a las naciones oprimidas por el zarismo, cuando reconocieron los derechos de los pueblos musulmanes, cuando negociaron con los invasores en Brest-Litovsky, etc. El nacionalismo gran ruso no aceptaba en modo alguno el internacionalismo bolchevique porque era consustancial a su patriotismo socialista. Uno de los momentos más difíciles anterior a la insurrección de octubre fue el vivido cuando el Gobierno Provisional aún en el poder intentó dividir al Congreso de los Soviets acusando a Lenin y a los bolcheviques de “traidores a la patria rusa democrática”, e intentando enemistar a los campesinos y obreros contra los soldados porque éstos se negaban a “luchar por la madre patria”, y viceversa porque los obreros y campesinos estaban en huelga desabasteciendo a los soldados de comida, ropa y armas. En todas estas acusaciones actuaba el argumento consciente y la manipulación inconsciente del nacionalismo imperialista gran ruso enfrentado a muerte al internacionalismo bolchevique. Sin embargo, la patria burguesa estaba bajo el poder del imperialismo aliado al depender de sus ayudas para poder sobrevivir, mientras que el internacionalismo soviético luchaba para hacer triunfar la patria socialista.

La cuarta característica de Lenin era su método de volver a repasar todas las circunstancias que le habían llevado a cometer un error grave, estratégico, hasta descubrir sus razones y empezar de nuevo, pero en un nivel superior. Bucear hasta el fondo de sí mismo y de la teoría, buscando nuevos textos no leídos y releyendo los ya leídos para encontrar nuevos enfoques o líneas evolutivas que antes no había descubierto, que le habían pasado desapercibidas, es una constante en su vida que sólo se explica por la fecunda dialéctica entre lo personal y teórico-político. Una caterva de intelectuales reaccionarios ha pretendido encontrar la raíz de este comportamiento en el impacto que le causó el asesinato --“ejecución” según la ética burguesa-- de su hermano por el zarismo en marzo de 1897. Su hermano practicaba la lucha armada narodniki, alejada del grado de comprensión y organización de las masas campesinas, intelectualista e individualista. Las penalidades extremas que tuvo que padecer su familia a raíz del aislamiento oficial debió impactarle tanto, según esta interpretación psicologicista barata, que desde entonces su odio al sistema le impulsaba compulsivamente a buscar nuevas razones para seguir luchando cada vez que las antiguas quedaban superadas o demostradas como erróneas. Esta interpretación reaccionaria e idealista que busca la razón de la lucha histórica de colectivos, de clases y pueblos en el inconsciente irracional de una persona aislada de su contexto, sirve de nada. La realidad es más simple y a la vez compleja: Lenin no hacía más que aplicar el método marxista de la autocrítica y de la crítica. Pero lo hacía con una eficacia y una determinación muy superiores a la de casi todos los marxistas de su época, desde luego no inferior a la de ninguno de ellos.

La quinta característica suya consiste no sólo en el respeto a la libertad de estudio, información y crítica de otras personas, que también, sino sobre todo a la asunción plena de que esos derechos son a la vez una necesidad básica en el desarrollo de una personalidad libre e independiente. No se trata sólo de una aceptación meramente intelectual y política de esos derechos y necesidades, sino de una profunda praxis vital demostrada en toda su vida, incluso cuando tuvo que apoyar medidas restrictivas de en ese sentido dentro del partido y de la URSS en las durísimas condiciones revolucionarias, siempre lo hizo como medidas transitorias y pasajeras, y tras haber impulsado un debate colectivo al respecto lo más amplio posible. Una de las obsesiones de Lenin a final de su vida fue la de reforzar la democracia socialista dentro del partido y en la sociedad, proponiendo medidas destinadas a reforzar tanto la base obrera como la dirección obrera, sacrificando la cantidad de militantes amorfos y pesebreros, a la calidad de militantes comunistas y bolcheviques. Muy pocas organizaciones revolucionarias pueden jalonarse de la viva libertad de debate interno que se practicó en el bolchevismo hasta mediados de los años ’20 del siglo XX. Más aún, la resistencia de los llamados “viejos bolcheviques” a las represión de esos derechos básicos por parte de la burocracia stalinista fue mucho más encarnizada y desesperada que lo admitido por la bibliografía oficial al respecto. La razón fundamental de las purgas stalinistas hay que buscarla en esa resistencia y en esa defensa del “estilo leninista” dentro del partido, de sus organizaciones, de los restos del poder soviético y de las masas.

La sexta y última característica de Lenin concierne a otra cuestión que debe basarse en una profunda coherencia personal y política: el equilibrio óptimo en cada contexto histórico entre la máxima libertad de debate y la suficiente seguridad interna del partido frente a la presencia latente o descarada de la vigilancia y de la represión burguesa, o frente a los peligros de la contrarrevolución. Cuando Lenin redactó el “¿Qué hacer?” a principios del siglo XX la duración media de una célula clandestina socialdemócrata en Rusia era de tres meses. En varios momentos entre 1907 y 1914, la organización bolchevique casi estuvo al borde del total desmantelamiento, con varias infiltraciones policiales a alto nivel, y eso pese a los esfuerzos titánicos por parte de Lenin y Krúpskaya por mantener la estanqueidad del grupo. Pero mucho peor era la situación de los anarquistas, mencheviques y social-revolucionarios, que no habían prestado tanta atención a este crucial tema, mejor decir ninguna. Que la dialéctica entre la seguridad y la libertad de crítica es parte esencial de la dialéctica entre la vida personal y la vida política colectiva, es algo sabido. La insistencia de Lenin al respecto logró que, a pesar de las infiltraciones y detenciones casi permanentes, los bolcheviques fueran los más implantados dentro de clase obrera urbana en 1915, crecieran en 1916 y lograsen estar presentes en las insurrecciones masivas de febrero de 1917, siendo los únicos capaces de proponer alternativas aceptadas por las masas. Aún así, dentro de la dirección bolchevique existían fuertes restos o tendencias democraticistas de modo que un sector dudaba en la necesidad de que al menos la dirección volviera a la clandestinidad tras la reacción burguesa de primavera de 1917. Pero Lenin se salvó de ser detenido gracias a su insistencia en el principio de la seguridad.

De alguna forma, estas y otras características personales de Lenin, y de Krúpskaya, tomaron cuerpo en el “estilo bolchevique”, por la misma razón de que también son típicas del marxismo antes de Lenin, tema en el que no podemos extendernos ahora. Dicho estilo formó y moldeó a miles de bolcheviques de base, militantes que pensaban por su cuenta con una aproximación sorprendente a lo que pensaba
Lenin, como se demostrará con el tiempo, aunque sus líneas internas de información eran muy débiles y precarias. Fueron estas bases las que partiendo de pequeñas hojas y volantes clandestinos organizaron la resistencia, comprendieron la importancia clave de los embriones de soviets de soldados, obreros y campesinos, se incrustaron en ellos, sobre todo dentro del Ejército jugándose la vida con sus consignas de convertir la guerra imperialista en guerra civil. Es obvio que Lenin no creó de la nada el partido bolchevique, es obvio que éste se formó de la síntesis de las mejores tradiciones nacionales de las masas rusas con las mejores teorías revolucionarias del momento, con el marxismo. Sería idealista sostener lo contrario, pero en la interacción entre lo individual y lo colectivo, entre lo nacional y lo internacional, el papel de Lenin y de Krúpskaya --el machismo de la burocracia se confirma al ver cómo se ha menospreciado deliberadamente el gran papel de esta revolucionaria en el triunfo de Octubre-- fue el de catalizador de todo lo bueno.

La importancia de estas cuestiones radica en que nos presentan a un Lenin muy diferente al mito embalsamado. La práctica stalinista se ha basado en buena medida en el ideal del “militante de acero”, que supeditaba su personalidad y su vida entera, mal entendidas ambas, a la fe ciega en el partido, a la obediencia ciega y absoluta que se basaba más en una especie de fe mecanicista que en una asunción de la dialéctica marxista como arma, método, concepción y arte. Se decía que el partido bolchevique era compacto, férreo y sin fisuras porque así lo había decidido Lenin, y que la vida de sus miembros debía ser un repetición lo más exacta posible de la de su fundador. Otro tanto se impuso a las organizaciones stalinistas exteriores, que se convirtieron en marionetas de Moscú. Sin embargo, la realidad histórica es muy otra y nos presenta a una partido bolchevique dotado de una teoría que es ahora más actual que entonces ya que, por un lado, tanto las seis características vistas y sus respectivas soluciones como la “personalidad colectiva” del bolchevismo, que hemos rastreado en la vida de muchos de ellos que no sólo de Lenin y Krúpskaya, han cobrado mayor vigencia porque el capitalismo mundial está llevando a la humanidad al precipicio. El bolchevismo se formó en el dilema de “socialismo o barbarie”, y con la experiencia ha llegado a elaborar el dilema “comunismo o caos”.

CRF
ADAN CHAPARRO
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